Inicio / Romance / Devota del Pecado +21 / 1: Éxtasis Pecaminoso.
1: Éxtasis Pecaminoso.

“Todo lo que buscas esta aquí.”

Parecía que el destino la había alcanzado justo cuando intentaba escapar. Aunque, en el fondo, Rose sabía que solo estaba retrasando lo inevitable.

Ahora, su cuerpo temblaba entre las sombras y la luz rojiza de las velas. El aire olía a incienso, a rosas y a algo más… algo que la envolvía y la hacía olvidar su propio nombre. La frontera entre placer y condena se difuminaba con cada respiración.

No estaba soñando, la humedad entre sus muslos se lo hizo saber, y si era un sueño. Esto se sentía demasiado real. Pero, no admitiría en voz alta que le encantaba.

—¿Ya te has rendido, pequeña? —La voz era profunda, segura, casi burlona.

Rose jadeó, un sonido que no reconoció como suyo. La calidez se extendía bajo su piel, esa sensación que la hacía sentir viva y, a la vez, aterrorizada.

La sensación del orgasmo la lleno en el instante que su interior se contrajo alrededor de unos traviesos dedos que, tocaban ese punto en ella que la hacía ver las mismas estrellas. Las lágrimas de placer que caen en sus ojos se lo confirmaban.

Y su respirar, estaba descontrolado.

—Déjala respirar —Murmuró otra voz, más suave, cargada de una dulzura que no pertenecía a este mundo.—Está agotada de tanto. —Rose no sabía por qué, pero, esas palabras estaban cargadas de una lujuria sobrenatural.

Un tercer tono interrumpió el aire con autoridad, tan firme que parecía un mandato grabado en piedra.

—Silencio. Yo decidiré cuándo será suficiente. La hemos encontrado… después de tantos años. —Rose parpadeó, confundida. ¿Encontrado? ¿De qué hablaban?

Las tres presencias se movían a su alrededor con una sincronía hipnótica, como si compartieran un solo pensamiento. A pesar del miedo, el roce invisible de su energía le provocaba un estremecimiento adictivo.

—Príncipe, ¿estás seguro de que se trata de ella? —Cuestiono la primera voz. —Hemos pasado años buscando y perder el tiempo con otra humana…seria humillante. —Gruño en voz baja.

—Las demás humanas no han soportado tanto como ella...quizás, es a la que tanto estuvimos buscando. —Rose se sentía perdida, ellos hablaban como si ella no estuviera ahí.

—¿Dónde estoy? —susurró, apenas capaz de sostener la voz.

Una mano invisible, cálida y firme, se posó en su cuello. No la apretaba, solo la hacía consciente de su fragilidad.

—Estás donde perteneces, Rose —Respondió el que se hacía llamar príncipe, su tono era bajo, casi reverente.— Eres nuestra desde el primer día en que abriste los ojos.

Su mente no lo comprendía, pero su cuerpo recordaba.

Ese toque… esa presencia… algo en ella sabía que no era la primera vez que los sentía.

Las sombras se movieron entre la luz trémula de las velas, revelando apenas las siluetas de tres figuras. Algo en ella se estremece, su cuerpo no parece estar tan alerta, pero algo en su mente se vuelve confuso.

La tenue luz finalmente revela tres rostros, tres personalidades distintas y por supuesto, la razón por la cual ella se encuentra en aquel lugar.

Leonardo, el de voz altiva y mirada de fuego contenido; Matteo, la fuerza latente, casi salvaje; y Luca, el susurro que acariciaba el alma antes que la piel.

El altar donde yacía recostada no era sagrado. Era una ofrenda. Y ella, estaba a punto de ser el sacrificio pecaminoso por el cual ellos habían estado esperando desde hace años.

Sobre su piel, cadenas delgadas de oro reflejaban el parpadeo de las llamas. Pétalos blancos cubrían su cuerpo, profanando con pureza lo que ya pertenecía a la oscuridad.

El calor subió desde su vientre, quemándole la cordura. No era miedo. No del todo. Era algo más antiguo.

—Tu destino está sellado. —Dijo Matteo, su voz como un rugido contenido, al mismo tiempo que, sus manos viajaban hacia su pecho, una mano captura su pezón, estimulándolo y haciéndola gemir en el proceso, mientras que con la otra, sostiene su pecho, apretándolo con placer.—Es inútil resistirte, ángel caído. —Rose tembló. Nadie la había llamado así antes.

Se sintió demasiado familiar.

—Ríndete a nosotros, musa —Continuo en un susurro Luca, su voz deslizándose como un hilo de seda por su oído, al igual que sus dedos volvían adentrarse en ella, una y otra vez, haciéndola temblar.—Acepta lo que eres, nuestra.

La tensión era insoportable, como un pulso que se extendía por toda la habitación.

Leonardo la observaba con una calma que era más peligrosa que cualquier amenaza. Había algo de adoración en su mirada, una devoción que parecía a punto de quebrar su voluntad.

Rose no sabía si debía temerlos o desearlos. Su cuerpo temblaba, no por frío, sino por la fuerza invisible que emanaba de ellos. Cada uno representaba un pecado, una tentación distinta… y ella estaba en medio, atrapada entre tres fuegos que la reclamaban como si fuera su ofrenda.

—No necesitas a nadie más, Rose —dijo Leonardo, inclinándose hacia ella. Su aliento era una promesa al igual que una sentencia—. Nosotros somos todo lo que anhelas. Todo lo que temes.

Él la sostuvo por el mentón, obligándola a mirarlo. Los ojos de Leonardo eran un abismo gris que no ofrecía salida, solo entrega. Pese a que una parte de ella pedía salir corriendo de ahí, la otra, era completa sumisión.

Matteo exhaló cerca, su calor animal rozándole la espalda. Dejando sus pechos libres y tomando una de las manos de Rose para que la misma, sintiera su dureza, la pasión e ira que sentía por ella, era abismal.

Luca, quien, sacando los dedos de su entrada húmeda, lamios sus propios dedos, saboreando su sabor, y con voz apenas audible, añadió:

—Déjate consumir, Rose. O nosotros te consumiremos igual. —El silencio que siguió fue espeso.

La última vela parpadeó y, por un instante, el mundo se tiñó de rojo. Y entonces, la voz de Leonardo —la del Orgullo— se alzó entre la penumbra.

—Este es solo el principio. —Ante sus palabras, las paredes de aquel lugar parecieron temblar.

Rose cerró los ojos. El aire vibró alrededor.

No había dolor. Solo una rendición dulce, un vértigo imposible de detener.

Y en medio de ese abismo ardiente, entendió que su caída no sería su fin… sino su despertar.

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