Mundo ficciónIniciar sesión“¿Tu realidad es tan aburrida como piensas?”
Rose despertó por tercera vez esa noche. Aquel sueño volvía a repetirse, una y otra vez. Sin embargo, ella estaba sola. El reloj en su mesita de noche marcaba las 3:33 AM. La hora maldita. Aún quedaban horas para que amaneciera, pero la idea de volver a cerrar los ojos le helaba la sangre.
El sueño persistía en su mente como una cicatriz fresca: manos desconocidas recorriéndola, respiraciones contra su cuello, susurros que erizaban su piel. Al abrir los ojos, nunca había nadie. Solo ella, perdida en la penumbra de su apartaestudio.
Con el corazón agitado, alcanzó su teléfono. Tecleó con dedos temblorosos:
"sueños lúcidos" "¿Por qué siento que alguien me toca si estoy sola?"
La primera respuesta hablaba de sueños lúcidos: la conciencia de estar soñando y, a veces, la capacidad de controlarlos.
La segunda, en cambio, mencionaba a los íncubos, demonios que visitaban a las mujeres en sus sueños para alimentarse de su energía sexual a cambio de placer.
Rose tragó saliva. Sí, estaba consciente en sus sueños. Sí, sentía cada roce, cada estremecimiento. Y al despertar... siempre había un calor palpitante entre sus piernas que la hacía sonrojarse de vergüenza.
Pero los demonios no existían.
¿Verdad?
Eran cuentos de infancia. "Pórtate bien o vendrá el diablillo con cuernos y tridente", le decían.
Y, sin embargo, ¿cómo explicar lo que sentía?
No tenía amigas a quienes confiarle estas cosas. Su familia, mucho menos. La única persona que escuchaba sus confesiones era su psicólogo de los martes, quien, cansado de sus desvelos, le había recetado pastillas para dormir.
“—Tomalas en el momento que decidas ir a dormir, solo una cada que sientas que el insonio no te deje en paz.” Le dijo él con esa expresión de cansancio y fatiga, Rose se sentía culpable de atocigarlo con sus locos sueños pero, ¿con quien mas hablaría de esto?
El problema era que cada vez que las tomaba, los sueños se volvían más largos... más pesados... más reales.
Suspiró y miró al techo.
—¿Qué quieren decir estos sueños? —Murmuró. Como siempre, no hubo respuesta. Los párpados le pesaban. Intentó luchar contra el sueño, pero la fatiga fue más fuerte.
Y entonces lo sintió.
No en el mundo onírico. No en la iglesia gótica de siempre. Aquí. En su habitación.
Un aliento tibio en su cuello.
Un susurro apenas audible, pero inconfundible:
—Ya no puedes retrasarlo, Rose.
Su respiración se cortó en seco. Abrió los ojos de golpe.
No estaba dormida.
(…)
El recuerdo de esos sueños golpeó su mente uno detrás de otro, y la sensación de cosquilleo se posó en su vientre.
Maldecía en su mente pues, se sentía jodidamente húmeda, una risa irónica salió de sus labios.
Claro.
Ha pasado tiempo desde la última vez que estuvo con alguien, aunque, no quería arriesgarse a mantener un encuentro furtivo con el primer extraño que se le haga atractivo. Unas horas de placer la llevarían al ciclo inservible del que tanto le había costado salir.
Rose pensó en dormirse de nuevo, aunque pareciera una maldición continua en la que, al estar en el mundo de los sueños, se encontraba en ese lugar.
Una iglesia con el clásico estilo gótico que parecía llamarla y tres figuras a las cuales no sabría ponerles nombres o caras, pues, siempre se olvidaba de esos detalles cuando intentaba recordar.
Pensativa, no se dio cuenta en el momento exacto donde sus propias manos tomaron caminos distintos, ordeno a su cuerpo detenerse, pero, ese no le hacía caso, su mano derecha viajo por sus muslos hasta perderse en su húmeda intimidad.
Su mano izquierda tomo control de su pecho y luego de su pezón, apretando, la caliente sensación de excitación se posó en ella y los gemidos ahogados empezaron a salir de sus labios.
No sabe que la llevo a esto, mucho menos desea averiguarlo, pero, en el instante que los llorosos ojos de Rose cierran por el placer descomunal que siente, vuelve a verlo.
Sombras que la observan con lujuria y ego le sonríen y la alientan a perseguir su tan ansiado orgasmo. La humedad de su entrada hace que sus dedos resbalen y maldita sea, le fascina, dos dedos que salen y entran de ella junto al eco de sus gemidos que se pierden en su habitación la consumen.
—Solo un poco más…un poco más y ya. —Murmuraba ella, jadeando en su lugar.
Su respiración se vuelve errática y siente como manos frias aprietan sus tobillos, al mismo instante en el que hay un jalón entre sus piernas que la obliga a abrirlas un poco más, se siente malditamente excitada y sucia al mismo tiempo. Pareciera que le estaba dando un espectáculo a alguien.
Pero sabía que estaba sola en su habitación.
¿verdad?
El orgasmo la alcanza y como por arte de magia sus fuerzas la abandonan en el instante, el sudor perlado se desliza por su frente y el rubor acompañado por la vergüenza también la invaden.
Pero su cuerpo se relaja y ella se encarga de sacar sus propios dedos y observar unos segundos entre avergonzada y vergonzosa como su reciente orgasmo se escurre entre sus dedos.
—Maldición. —Murmura ella, y no es de sorprender que haga esto, es cierto que siente un poco de culpa, y al mismo tiempo anhela el calor de otro cuerpo a su lado.
Sin embargo, hacerlo sería desatar la adicción a la que tanto le costó volverse inmune. O al menos, se engaña diciendo que lo es, casi por completo.
El pasar de las horas parecía irse muy lentamente, y, estando limpia ante su arrebato de calor de madrugada, Rose decide poner empeño con todas sus fuerzas en volver a dormir.
Sin embargo, en el instante que su mirada se enfoca en un punto fijo, jura ver un destello entre la oscuridad, una mirada intensa que la observa.
Su corazón late de manera apresurada.
Y diciéndose que no era nada, ella se envuelve entre las sabanas, como si se tratara de un refugio al cual nadie podía ingresar.
Ella cierra los ojos con todas sus fuerzas.
Deseando por esa noche, estar verdaderamente sola.







