Mundo ficciónIniciar sesión“Ahora, esto lo cambiara todo para siempre”
Para la mañana siguiente, Rose ya no aguantaba más esa situación, ya no deseaba seguir viviendo aquello y se dijo con paso firme que cambiaría para siempre, aunque después se estaría arrepintiendo de todo esto.
Dudaba que lo hiciera.
Dejará su vida pasada para acercarse más a lo espiritual, quería sentir el consuelo que todos buscan en las religiones y que mejor que ir a la iglesia.
Pese a que sus sueños recurrentemente suceden en una, quizás era una señal. ¿O no? Sea como sea, la decisión que lo cambiaria todo ya estaba t, aunque seguía con algunas dudas.
Y ese día, ella se sentía extrañamente motivada a hacerlo.
—No hay vuelta atrás. —Se dijo mientras empacaba una pequeña maleta con ropa, y dejaba su apartaestudio ordenado, limpio, y pulcro por si en algún momento llegaba a arrepentirse de la que sería su nueva vida.
Rose miro con atención la que era su vida pasada, y despidiéndose silenciosamente cerro con seguro, dejando dentro su insomnio, sus pesadillas, su teléfono junto a algo de dinero reservado y destinado a las emergencias.
Pero suponía que ya no lo necesitaría.
Esperaba que fuera así.
(…)
La carreta se detuvo frente a un edificio que no parecía pertenecer a este mundo, ni a los otros, a decir verdad. Las puertas eran de hierro negro, tan altas como una catedral y tan amenazante como la entrada al infierno mismo que se disfrazaba de paraíso.
Sobre ellas, tallados de piedras, ángeles y demonios se entrelazaban en poses ambiguas, abrazos que podrían ser consuelo o una condena misma.
Rose respiro profundo, ajustando el vestido blanco que había elegido como símbolo de “pureza” Si bien era cierto que quería dejar todo atrás, no parecía tan segura como el discurso mental que se dio esa mañana.
Pero, ella quería dejar la lujuria perpetua que la perseguía, el vacío y esa necesidad constante de sentir cuerpos sobre el suyo. Suponía que venía buscando redención junto a una vida nueva, quizás incluso, el perdón a su alma.
—¿Es aquí donde encontrare a Dios? —Murmuro para si misma, pero su tono no sonó tan convencida.
Presto atención en el instante en el que las puertas se abrieron acompañado de un chirrido lento. No había nadie ahí esperándola, al menos, es lo que creyó.
Sus pasos resonaban en el piso, el interior de aquella iglesia no era menos abrumador. El suelo de mármol negro reflejaba las luces de cientos y cientos de velas rojas que ardían sin siquiera derretirse.
Justo como en sus sueños.
El aroma dulzón a incienso y rosas marchitas la envolvían. Las paredes estaban cubiertas de vitrales oscuros, desde lejos parecían escenas sagradas, pero, al mirarlos de cerca, los ángeles tenían sonrisas demasiado humanas, las posiciones eran demasiado sensuales.
“Esto…esto no es una iglesia”
Rose repetía en su mente una y otra vez. Y, sin embargo, avanzo paso a paso, sintiendo el peso de cada mirada invisible sobre su cuerpo.
Llego a un altar que le resultaba escalofriantemente familiar.
Y en el centro del mismo, la esperaban tres hombres distintos, tres pares de ojos que parecían querer devorarla por completo.
¿Eran sacerdotes?, no tenían pinta de eso, mucho menos parecían hombres comunes como los que había conocido. Pero su vestimenta era santa.
El primero de ellos estaba de pie en el centro, alto, impecable y con ropajes negros con detalles dorados que parecían resaltar a la perfección su figura. Su cabello oscuro caía sobre su frente con elegancia, y cuando sonrió hacia Rose, ella sintió que algo dentro de ella le gritaba que saliera corriendo.
—Bienvenida pequeña. —Dijo este con una voz que juraba había escuchado antes en algún lugar. —Vienes aquí buscando a Dios, ¿Vedad? —Rose se estremece ante su mirada.
—Si…es correcto. —Dijo ella, el hombre delante de sus ojos parecido sonreír con ironía.
—Entonces lamento informarte que…—Su sonrisa se ensancho, peligrosa. —Aquí solo lo encontraras atreves de nosotros.
A su derecha, un joven de rasgos más suaves la observaba como si fuera un milagro prohibido en la tierra. Sus ojos ardían, aunque u cuerpo parecía querer esconderse. El mismo se llevó la mano a la nariz pues, un hilo rojo mancho su piel. ¿Sangre? El joven aparto la vista con vergüenza, respirando agitado.
Y el tercero, parecía mirarla con desprecio genuino en su mirada.
Este estaba sentado en el altar como si fuera su trono, sus piernas abiertas, su postura relajada, como si el mundo entero fuera de su propiedad. La miro de arriba hacia abajo, despacio, con un brillo extraño que la hizo estremecer. Luego, una sonrisa apareció en su rostro.
—¿Y tu? —Su voz fue grave, áspera, como un gruñido de un animal enjaulado. —¿Serás una creyente obediente o tendré que enseñarte como se arrodilla de verdad una devota? —Aquello fue una verdadera provocación para ella.
Rose sintió las piernas temblar, y no supo si era de miedo o quizás era el mismo fuego del que tanto había luchado para dejar atrás.







