NARRADOR OMNISCIENTE
Minerva irrumpió en la casa como un vendaval, sus tacones pisaban con furia sobre el mármol del vestíbulo. Apenas eran las ocho de la mañana, pero su rostro crispado y los labios apretados no dejaban lugar a dudas: la ira que la consumía llevaba horas acumulándose. Una joven sirvienta, que estaba acomodando un florero en la entrada, dio un respingo al verla llegar.
—¿Dónde está Débora? —exigió Minerva sin preámbulos, cortante como una navaja.
La muchacha, apenas más que una adolescente, bajó la mirada y comenzó a retorcerse las manos con nerviosismo. Minerva frunció el ceño al notar la mejilla derecha de la sirvienta, roja e hinchada, como si hubiera recibido una bofetada reciente.
—Está... descansando, señora, en su habitación —murmuró la joven, dando un paso hacia atrás, temerosa.
Minerva la observó detenidamente, su mirada dura escrutándola. Cuando la sirvienta se apresuró a alejarse, Minerva chasqueó la lengua con disgusto. No necesitaba explicaciones: sabía p