4. ¡Despedida!
Emilia Díaz
Tomé con cuidado la tetera de la estufa, asegurándome de no quemarme con el vapor que se elevaba en espirales. Vertí el agua caliente en una taza con miel y rodajas de limón. El aroma cítrico y dulce llenó la cocina mientras revolvía el té con una cuchara. Era para Denia, mi suegra, cuya tos persistente no cesaba.
Había visitado a varios médicos en las últimas semanas, pero ninguno daba un diagnóstico claro. Todos lo atribuían a una gripe viral o a un malestar estacional, algo común ahora que el otoño se instalaba con su brisa fría y las hojas secas alfombraban los jardines.
Suspiré, distraída, mientras mis pensamientos tomaban otro rumbo. Álvaro. ¿Dónde estaría ahora? No sabía nada de él, y tampoco había podido hablar con Gael desde hacía un mes, desde el día que escapó del psiquiátrico.
Lo más extraño era que Esteban jamás lo mencionaba, como si el nombre de Álvaro estuviera prohibido en esta casa. Tal vez pensaba que así me mantendría ajena a todo, pero lo que él no sab