3. Codiciado
Álvaro Duarte
Los días pasaban con una lentitud desesperante. En este pueblo, el tiempo parecía moverse a otro ritmo, muy distinto al de la vida agitada de la ciudad.
Christa me había dicho que hoy me daría un recorrido por el pueblo, aunque antes tendría que asistir a un evento benéfico: una feria de artesanos en la plaza principal. La ocasión me serviría para conocer mejor su negocio de dulces típicos y entender el alcance que tenía.
Unos golpes suaves en la puerta interrumpieron mis pensamientos.
Era ella.
Abrí, justo cuando terminaba de acomodarme el pañuelo rojo alrededor del cuello. Christa me había sugerido vestir una camisa blanca con pantalones vaqueros y botas. Al parecer, era una tradición, pues ella, Margarita y Bruno también irían de blanco.
—¿Estás listo? —preguntó con una sonrisa.
—Sí, lo estoy.
Bajamos juntos las escaleras, donde ya nos esperaban los demás, incluyendo a Santiago.
—Nos vamos, amor —dijo ella con ternura, dejándole un beso en los labios.
Santiago le acar