3. ¡Oh sorpresa!

Emilia Díaz

Al menos, el lugar era más elegante de lo que esperaba. Eso, de algún modo, me hacía sentir un poco más tranquila respecto a lo que estaba a punto de suceder. Por un momento, la curiosidad me invadió. Emmanuel vestía como alguien que trabajaba en una oficina, tal vez un profesionista que ganaba bien. ¿A qué se dedicaría exactamente? No lo sabía, y en realidad no debía importarme.

¿Qué estaba pensando? Esto solo era un encuentro casual. No volvería a verlo, no podía volver a verlo. Además, parecía mayor que yo, quizás cinco o seis años. Nunca había salido con alguien con tanta diferencia de edad, y la idea de que probablemente fuera muy experimentado me inquietaba un poco.

No pude evitar dar un salto del sofá de la sala de recepción para ponerme de pie, en cuánto escuché su voz.

—¿Subimos a la habitación? —preguntó Emmanuel de pronto, sacándome de mis pensamientos. 

Salté ligeramente en el sofá de la recepción al escuchar su voz. Tenía las llaves de la habitación en la mano, y una sonrisa que revelaba unos dientes perfectos. Su mirada, intensa y segura, me recordó a un lobo que acababa de encontrar a su caperucita roja. Me estremecí.

Asentí, casi hipnotizada por sus ojos. Miré a mi alrededor con discreción, rogando que nadie que conociera a Lorenzo me descubriera. Emmanuel extendió su mano hacia mí, y, como si fuera una niña obediente, entrelacé mi mano a la de él. Sentí como una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo mientras subíamos en el elevador. Él me observaba fijamente, con una intensidad que me hacía sentir vulnerable y, al mismo tiempo, fascinada. Tal vez él ya me estaba desnudando en su mente, mi respiración se volvió agitada ante aquel pensamiento que lo único que ocasiono fue esa sensación de humedad naciente, de mi intimidad.

Lo que siguió fue una noche que se alargó más de lo que imaginé. Entre caricias y susurros, Emmanuel demostró ser un hombre experimentado, alguien que sabía exactamente cómo conducirse en esos momentos. No sabría describir mi primera experiencia como buena o mala, simplemente fue diferente, algo completamente nuevo para mí. Era como si estuviera descubriendo una parte de mí que nunca antes había explorado.

No supe en qué momento me quedé dormida, agotada por completo.

Desperté sobresaltada. ¿Qué hora era? Mi corazón se aceleró al notar que la habitación estaba casi a oscuras, salvo por la tenue luz que entraba desde la calle. Emmanuel dormía de espaldas a mí, con la respiración tranquila. Me incliné hacia el piso, buscando a tientas mi ropa y mis cosas. ¡Las cuatro de la madrugada!

El frío del mosaico me hizo temblar mientras me vestía rápidamente. Si mi madre o mi padrastro descubrían que no había vuelto a casa, ¡Me matarían!.

Creí que no había hecho ruido, pero Emmanuel encendió la lámpara junto a la cama.

—¿Qué pasa? —preguntó con voz adormilada, seguido de un bostezo.

—Tengo que irme —contesté con prisa.

Él se recostó contra el cabecero, observándome mientras terminaba de vestirme.

—Podemos repetirlo cuando quieras —dijo con una sonrisa tranquila—. Dame tu número.

—Lo siento, no puedo —respondí, mordiéndome el labio. La verdad era que, muy en el fondo, deseaba volver a repetirlo. Emmanuel tenía un aire irresistible, y la sensación de sus manos sobre mi piel todavía me rondaba en la mente. Quería volver a tocar ese abdomen de adonis que tenía, sentir como se apretaba a mi cuerpo.... que estaba haciendo, estaba fantaseando con él cuando acabábamos de tener intimidad, ¿qué aún no llenaba? Sacudí mi cabeza para deshacerme de esos pensamientos indecentes.

—¿Quieres que te lleve? —preguntó mientras se incorporaba ligeramente.

—No, gracias. Puedo llegar sola —respondí con una sonrisa tensa.

—Como quieras... —dijo encogiéndose de hombros. Se volvió a acostar, dándome la espalda, como si planeara pasar el resto de la noche en el hotel.

Me dirigí a la puerta con rapidez, mi mente aún estaba revuelta. Había tomado una decisión impulsiva, pero ahora solo quería salir de ahí, volver a casa y enfrentar lo que viniera después.

Cuando desperté, me sentía agotada y hambrienta. Al menos había logrado llegar a casa esta madrugada sin que nadie notara la hora. Apenas tuve tiempo para dormir un par de horas.

Me duché rápidamente y elegí un atuendo sencillo: pantalones ajustados, una blusa negra de manga tres cuartos con cuello en U y mis converse negros. Siempre prefería la comodidad sobre cualquier otra cosa, no me veía usando faldas o vestidos; mi estilo era más sombrío y práctico, que femenino como el de mi hermanastra Mara.

Era temprano, así que tenía tiempo suficiente para desayunar y tomar el autobús a la universidad. Después de la discusión de ayer con Esteban, dudaba mucho que pasara por mí.

Tomé mi mochila y, al salir de mi habitación, mi cuerpo se quedó completamente helado. Lo vi caminando por el pasillo. En dirección hacia mí. Mis ojos se abrieron de par en par al reconocerlo, y un frío recorrió mi columna. Era él.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, apenas recuperando la voz.

Él se detuvo al verme y, con la misma expresión de asombro, avanzó rápidamente hacia mí. Antes de que pudiera reaccionar, me jaló al interior de mi habitación y cerró la puerta con seguro.

¿Qué estaba pasando? ¿Cómo había llegado Emmanuel a mi casa?

Él me observaba con enfado mientras pasaba una mano por la parte trasera de su cuello, como si intentara procesar algo imposible.

—¿Eres Emilia? —preguntó. Su tono no dejaba claro si era una pregunta o una afirmación. Solo pude asentir, completamente desconcertada.

—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté finalmente, sintiendo cómo una mezcla de miedo y curiosidad me invadía—. ¿Y cómo entraste a mi casa?

Él río con ironía, como si la respuesta fuera obvia.

—Soy Álvaro. ¡Tu hermanastro!

El mundo pareció detenerse. ¿Qué?

Mi mente se llenó de preguntas sin sentido: ¿Cómo había pasado? ¿En qué momento regresó? ¿Cómo no me di cuenta? Un millón de pensamientos cruzaron mi cabeza al mismo tiempo, pero ninguno lograba quedarse claro.

Mis nervios eran evidentes, y Álvaro lo notó. Me sostuvo con fuerza de los hombros, acorralándome contra la puerta.

—Escúchame bien, Emilia —dijo con un tono grave, sus oscuros ojos estaban clavados en los míos—. Nadie puede enterarse de lo que pasó ayer. ¿Entendido?

Asentí, aún más asustada por su actitud intimidante. Sus manos seguían sujetándome con tanta fuerza que comenzaban a doler.

—¿Cuándo regresaste? —pregunté, tratando de comprender todo esto.

—Ayer por la tarde —respondió con desdén—. Si hubieras estado en casa como deberías, nada de esto habría sucedido.

¿Cómo se atrevía a culparme?

—¿Ahora esto es mi culpa? —repliqué, sintiendo cómo la indignación se apoderaba de mí.

—¿Qué hacías ayer a altas horas de la noche sola en un bar? Se supone que tienes novio, el hijo de los Cazares.

Su tono autoritario me enfureció.

—Él y yo terminamos —dije con firmeza, tratando de controlar mis emociones.

Su expresión cambió por completo, y una mezcla de enfado y sorpresa lo invadió.

—¿Qué? No pueden terminar. Él es nuestro pase al crecimiento de la empresa —respondió, visiblemente molesto.

Mi cuerpo se tensó. No podía creer que el hombre que anoche había sido tan seductor y encantador ahora se comportara como un imbécil frío y calculador. Una ola de coraje me recorrió por completo, pero me negué a llorar frente a él.

—Eres igual que tu padre. Los dos son unos oportunistas —escupí con rabia.

Álvaro entrecerró los ojos y, con un tono amenazante, respondió:

—Más te vale que midas tus palabras, Emilia.

—¡Déjame en paz! —exclamé, cansada de toda esta absurda situación.

Con evidente molestia, soltó mis brazos y se pasó una mano por la cara, como si intentara calmarse, intentando recuperar la compostura. Luego, volvió a mirarme, su expresión estaba endurecida.

—Te diré lo que vas a hacer —dijo con voz firme —vas a ir a la escuela y a reconciliarte con tu noviecito. Después tú y yo hablaremos, pero no aquí. Nadie debe saber lo que pasó, ¿entendido?

Sin esperar respuesta, salió de mi habitación dando un portazo. Me quedé paralizada por un momento, hasta que la rabia y la frustración se apoderaron de mí. Maldije mi suerte. Entre todos los hombres con los que pude haber tenido una aventura, tenía que ser él.

Me llevé las manos al rostro, cerré los ojos con fuerza y deseé que todo esto fuera solo una pesadilla. ¿Cómo iba a vivir ahora bajo el mismo techo que Álvaro? Cada vez que lo viera, el recuerdo de aquella noche volvería a mi mente. ¿Por qué le di un nombre falso?

Bajé a desayunar con el ánimo por los suelos, arrastrando los pies como si el peso del mundo estuviera sobre mis hombros. Para mi fortuna, todos estaban ya sentados en la mesa, excepto Álvaro. Tomé mi asiento de siempre y murmuré un “buenos días” que apenas se oyó.

Martha, la señora que trabajaba en casa, me sirvió el desayuno mientras yo evitaba mirar a mi padrastro. Nunca sabía si su humor sería malo o simplemente terrible. Mi suerte cambió para peor cuando Álvaro apareció en el comedor y se sentó frente a mí. Su mirada despectiva me atravesaba como una lanza.

—Emilia, saluda a Álvaro, llegó ayer por la tarde para quedarse a vivir con nosotros, a partir de ahora pronunció mamá al  mismo tiempo que miraba de reojo a Lorenzo quien no le estaba prestando la menor intención por ver el periódico.

—Hola… Álvaro, que bueno que estés de nuevo en México —dije sin atisbo de ánimo en mi voz, nunca he sido buena para fingir algo que no siento.

—Emilia, cuánto tiempo…—respondió, centrándose en la comida que le estaban sirviendo.

—Hoy tengo una reunión muy importante con Ernesto Cazares —anunció mi padrastro con su tono autoritario de siempre—. Espero que te estés portando muy bien con Esteban.

Mi cuerpo se tensó. La mención de Esteban hizo que un escalofrío me recorriera. Álvaro me miró fijamente; él sabía que Esteban y yo habíamos terminado. Cuando mi padrastro se enterara, el conflicto sería inevitable.

—Te recuerdo que estudias en una de las mejores universidades privadas gracias a mí —agregó, con ese tono que usaba para recordarme lo que debía.

Mi estómago se revolvió.

—No tiene que repetírmelo todos los días. Eso ya lo sé —respondí, tratando de mantener la calma.

Él frunció el ceño, visiblemente molesto.

—Vete haciendo a la idea de que terminarás casándote con Esteban. Es un excelente partido.

Su comentario fue la gota que derramó el vaso.

—¿Para usted o para mí? —lo interrumpí, con una mezcla de rabia y frustración.

El comedor quedó en silencio. Mis palabras habían logrado enfurecerlo. Golpeó la mesa y lanzó la servilleta de tela al centro.

—¡No me provoques, Emilia! —gritó, su voz resonó en el aire como un trueno.

Todos en la mesa me miraron. Mi madre, como siempre, permaneció callada, observando en silencio mientras mi padrastro me regañaba y me humillaba. En todos estos años, nunca me había defendido. Nunca.

Mi padrastro abrió la boca para continuar su arenga, pero Pedro, el mayordomo, apareció justo a tiempo.

—Señorita Emilia, afuera está el joven Esteban  —anunció con serenidad.

Suspiré aliviada. 

—Gracias, Pedro. 

Esta era mi oportunidad de escapar de aquella tormenta. Me levanté rápidamente, agarrando mi mochila. Mientras salía del comedor, miré de reojo a Pedro y le hice una señal de “gracias” con los labios. Él me respondió con un guiño, cómplice como siempre.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP