22. Funeral
Emilia Díaz
La policía tardó menos de una hora en llegar, pero la espera se sintió eterna. Apenas cruzaron la puerta, comenzaron con el protocolo para levantar el cuerpo de Lorenzo. Todo sucedía a mi alrededor como en una neblina espesa, lejana, mientras mi mente repetía la escena una y otra vez. La imagen de su cuerpo cayendo por las escaleras, el sonido seco del impacto contra el suelo y el silencio que le siguió… Un silencio tan absoluto que parecía devorar el aire.
Mara no paraba de llorar, abrazada al cuerpo inerte de su padre, su llanto era desgarrador, inconsolable. Mi madre, en cambio, estaba completamente ida, con la mirada perdida en un punto inexistente. Parecía más una estatua que una persona, como si su alma hubiera abandonado su cuerpo en el instante en que Lorenzo dejó de respirar.
Álvaro estaba sentado en una silla, con las piernas abiertas y los codos apoyados en sus rodillas, su rostro oculto entre sus manos. No se movía, no hablaba, solo respiraba pesadamente, como