9. Era una pasión que no podía explicarse con palabras
Mientras Christa cabalgaba adentrándose en un camino que no reconocía, no sabía a dónde nos llevaba, pero supuse que estábamos cerca del rancho de su padre por los sembradíos de nogales que se divisaban a la distancia.
Sentí como el aire que respiraba se electrificó a mi alrededor, mi respiración se entrecortaba. Sentirla tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos de mi alcance... “Es una niña”, ni siquiera era mayor de edad, y yo fantaseaba con ella. No podía negar que había algo en ella que despertaba emociones inesperadas, una conexión que me era difícil de explicar.
Después de cabalgar por espacio de unos diez minutos —que se me fueron volando—, comencé a escuchar un caudal de agua en movimiento. Fruncí el ceño. Fue entonces cuando recordé que la primera vez que conocí a Christa, ella me habló sobre la laguna a la que solía venir a nadar. Sonreí al darme cuenta de que este era su lugar especial.
Detuvo al caballo a unos metros del río que desembocaba en la laguna. Bajé de un salto, y