Los Alfas ya habían partido al Sur, dejando tras de sí un eco de autoridad y presagio y la quietud de la mansión parecía presagiar que algo estaba a punto de estallar.
Katherine se encontraba en la habitación donde Cassian la había dejado, tenía los dedos entrelazados, la respiración contenida. Su instinto la alertaba, estaba segura de que algo iba a suceder en cualquier momento.
Katherine lo sintió antes que nadie.
Su loba podía estar dormida e incluso su poder pero su instinto no.
Levantó la cabeza desde donde estaba sentada, junto a una lámpara encendida, sin moverse al principio.
Solo observó.
Todo era igual.
Y al mismo tiempo, no lo era.
Apretó los dientes, ni se escondería como Cassian quería.
Pero eso no evitó que sintiera un miedo profundo.
No por ella.
Por él.
Cassian no estaba y el miedo le ardía en su interior como un fuego que no podía apagar.
—Él está allá afuera... y yo aquí... —susurró para sí misma—. ¿Qué me pasa?
El golpe seco de la puerta la sobresaltó. Katherine se