Habían pasado dos semanas desde el incidente en el bosque. Dos semanas desde que Katherine casi se arrancó el alma buscando a sus hijos. Dos semanas desde que los trillizos prometieron solemnemente no volver a escapar.
Promesa que, por supuesto, estaban intentando romper.
Kash había convocado una “reunión secreta” donde los tres estaban sentados en círculo sin que ningún adulto escuchara.
—No podemos escaparnos —dijo Christian con los brazos cruzados, su tono monótono y adulto para sus cinco años—. Mamá dijo que si lo hacíamos otra vez nos prohibiría el chocolate por un mes.
Klarissa jadeó horrorizada.
—¡No puede hacer eso! ¡Eso es crueldad, eso es tortura, eso es…!
—Cállate —bufó Kash—. Obvio que no vamos a escaparnos. No somos tontos.
Klarissa frunció los labios ofendida.
—Tú no das órdenes.
Kash sonrió burlonamente mirando a su hermana.
—Soy el mayor, así que deben escucharme.
—Eres el más tonto, ¿Por qué te escucharíamos? Además, solo eres mayor por un minuto, no cuenta.
Él decidi