Se detuvo justo frente a ella, demasiado cerca, como una trampa lenta.
Katherine tembló, no por el frío, sino por la la conexión que esta vez se permitió sentir. Era como si algo invisible los atara, una presión que le apretaba el vientre, que le encendía la piel, que la obligaba a ser consciente de cada centímetro de él, de su altura, su calor, la manera en que su presencia dominaba todo el maldito río.
—Maldita sea… —murmuró ella con la respiración quebrada—. No puedes estar aquí.
Cassian inclinó apenas la cabeza, observándola como si fuera lo único que existía en el mundo.
—Pero aquí estoy, Bambi. De vuelta por ti.
Cada segundo pesaba como una provocación, Katherine sentía el pulso entre sus muslos latir sin pudor, traicionándola, gritándole una verdad que se negaba a aceptar.
—Sigues reaccionando igual —dijo Cassian, no con arrogancia, sino con certeza—. Tu cuerpo nunca aprendió a mentirme.
Ella tragó saliva, sintiendo cómo el calor se acumulaba en su vientre con una traición cruel