Las manos de Cassian seguían firmes en su cintura, sus pulgares dibujaban círculos lentos y posesivos sobre su piel húmeda, como si quisiera memorizar cada centímetro que había perdido durante años.
Pero entonces, la realidad la golpeó brutalmente y todo encajó enseguida.
Cassian era el macho que había tomado el Este. El mismo por el que su familia, en ese preciso momento, conspiraba para arrancar de la manada de su tío Alessandro. El padre de sus cachorros estaba ahora en territorio enemigo, marcado para ser expulsado... o peor.
Lo matarían.
Lo cazarían sin piedad y no podía permitirlo.
Cassian podía ser muy fuerte pero frente a lobos tan poderosos como los de su familia, unidos, no podía hacer nada.
El pánico le apretó el pecho seguido de una angustia que desplazó a la rabia que había experimentado al descubrir que él estaba vivo y aún así no había ido por ella.
Tenía que irse, tenía que desaparecer de allí antes de que alguien lo viera, antes de que alguien de su manada lo oliera,