Corrió, se impulsó con la pared y saltó. Cayó sobre el lomo del animal y clavó la daga justo entre los omóplatos. El lobo aulló y cayó con un temblor.
Cassian lo vio todo desde el centro del caos.
Entre una mordida y otra, entre la sangre y los gruñidos, sus ojos se detuvieron en ella. Y se quedó quieto por un instante demasiado largo.
Esa hembra.
Esa maldita hembra no era una flor delicada.
No era frágil.
No era la muñeca de porcelana que parecía a punto de romperse.
Era una tormenta.
Una llamada que parecía no apagarse.
Su lobo, aún en plena lucha, se congeló un segundo. Lo suficiente para verla moverse. Para verla girar sobre sí misma, esquivar un ataque, hundir su codo en la mandíbula de otro enemigo y cortar el tendón de su pierna trasera sin vacilar.
No era una princesa escondida esperando ser salvada.
Era una cazadora.
Entrenada.
Letal.
Y eso despertó más aún su curiosidad por ella y el anhelo que ardía en su pecho.
Un gruñido salió del pecho de Cassian, no solo de rabia porque