Vasil cerró el vehículo de un portazo y avanzó sin miedo mientras Helena se mordía las uñas, presa del pánico, estaba segura de que los lobos atacarían al empresario, era testigo de lo terribles que podían llegar a ser.
Sin embargo, hacía mucho tiempo que Vasil no experimentaba el temor, prácticamente ya no lo recordaba era, por supuesto, producto de una larga vida llena de horrores y pérdidas, una vida como la suya ya tenía una coraza prácticamente impenetrable.
Lanzó una mirada furibunda en dirección al par de perros rabiosos que osaban insistir en reclamar como presa a su preciada Helena. Más les valía que se enterraran vivos, porque si dejaban que él les pusiera una garra encima no podrían vivir para contarlo.
A medida que caminaba, Vasil solo podía pensar en destripar a aquellos sacos de pelo con pulgas, en sacarles los ojos, el corazón y las vísceras. Casi podía sentir el sabor de su sangre esparcida por todas partes. Inspiró profundo, obligándose a dominarse a sí mismo y exha