Pov Leina
Llegamos a un valle de flores que comenzaban a florecer después de varios días sin sol. Sus pétalos están húmedos por el rocío y el pasto verde se extiende hasta las montañas.
—Gracias, Neil— le digo de forma muy sincera, rozando la yema de los dedos por las flores.
Neil tenía razón; venir aquí fue un escape para mi agotada mente. Mis ideas se estaban aclarando y ya por fin sé qué hacer, o al menos tengo un punto de partida.
—Me alegra saber que algo bueno sacaste de mí.
Ambos nos reímos sin decir nada hasta que fui yo quien rompió el silencio.
—Háblame de él— le dije, señalando al lobo que ahora parece más un perro persiguiendo mariposas.
Creo que hasta a él lo eché a perder.
—Lo sacamos de un laboratorio. No sabemos qué hacían allí, ni tampoco de quién era. Estaba metido en una jaula, con grandes mangueras incrustadas en su cuerpo y un líquido espeso y blanco.
Neil se detuvo mirando a la nada, como si estuviese recordando ese momento.
—Lo sacamos de allí con gran