Las siguientes en subir fueron Jennie y Lucia. Oliver observó a la rubia con una sonrisa discreta, pero llena de orgullo. Llevaba un vestido blanco como dictaba la tradición, este era largo, con un cuello redondo y mangas cortas, pero aunque era sencillo y no tenía un escote, se veía preciosa. Los pies de Jennie se hundían en las uvas, aplastándolas con suavidad, mientras el jugo corría por entre los racimos, tiñendo la madera y desprendiendo un aroma fuerte, dulce. Lucia no tardó en unirse, guiada por Lena, que le sostenía la mano para evitar que resbalara. La niña reía, feliz, sus pequeñas pisadas mezcladas con las de las mujeres, y el sonido de las uvas estallando se volvió música.
Kerem los miraba desde su lugar, con una copa de vino en la mano. Notó cómo Oliver no podía apartar la vista de Jennie. Sonrió, divertido. Eran dos hombres que jamás se habrían imaginado así, rendidos ante mujeres que los volvían locos.
Cuando las tres salieron del recipiente, el jugo de las uvas corrió