Dos semanas después
El sol de la mañana bañaba la mansión con un resplandor dorado. Afuera, ya se escuchaban voces que anunciaban el inicio de la vendimia, el murmullo de los trabajadores que se habían preparado desde temprano y el sonido de los cestos de mimbre siendo acomodados. Dentro de la mansión, Kerem esperaba en su habitación. La camisa blanca que llevaba resaltaba el tono de su piel, el chaleco marrón se ceñía a su torso con precisión y los pantalones negros caían rectos hasta las botas altas enmarcando su redondeado trasero, cada prenda le daba un porte imponente. Aunque su ceguera lo acompañaba, su presencia seguía siendo la de un hombre seguro, erguido, dueño de cada espacio que pisaba.
Lena entró y al verlo, su sonrisa apareció sin que pudiera contenerla. Se detuvo unos segundos a contemplarlo, porque así vestido parecía aún más apuesto, más fuerte, como si estuviera hecho para encabezar esa jornada que significaba tanto para su tierra. Kerem giró la cabeza hacia ella, ate