Después de casarme con su hermano, mi ex prometido se arrepintió de haber huido
Después de casarme con su hermano, mi ex prometido se arrepintió de haber huido
Por: Luna
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Leonardo me dejó en la boda por su primer amor… tres veces.

La primera vez, Mariana amenazó con lanzarse desde un edificio.

La segunda, dijo que se iba al extranjero.

La tercera vez, envió un mensaje diciendo que había aceptado el matrimonio arreglado por su familia.

Tras lo cual, el siempre sereno y contenido Leonardo entró en pánico, dejó plantados a todos los invitados y volvió a convertirme en el hazmerreír.

Lo llamé.

—Leonardo, si no regresas hoy... me caso con otro.

Él se rio.

—Que Mariana juegue con eso se entiende, está joven... pero tú, ¿a tu edad todavía con esas tonterías?

Apreté el celular con fuerza. Así que sí sabía que todo era una jugarreta de Mariana. Pero aun así, decidía seguir consintiéndola.

Fue en ese momento en el que el corazón se me rompió de verdad.

Tiempo después, cuando por fin logró contentar a su adorada amiga de la infancia, se acordó de mí.

—Elige una fecha para rehacer la boda. Te prometo que esta vez será más lujosa que nunca.

Pero un hombre a mi lado lo interrumpió con una sonrisa:

—Con permiso. Tengo que llevar a mi esposa al avión.

***

El celular solo daba ocupado. Al volver a llamar, Leonardo ya me había bloqueado.

Sabía perfectamente que el matrimonio arreglado era solo otra artimaña de Mariana para arruinar nuestra boda, pero a él eso parecía divertirle. Estaba encantado con el juego, siempre y cuando fuera con ella. Yo era apenas una molestia, un ruido de fondo.

Las miradas de los asistentes, esos ojos llenos de morbo, se clavaban sobre mí como una montaña que me aplastaba el pecho.

Me mordí el labio con fuerza. Tragué el nudo que se me había formado en la garganta y forcé a las lágrimas no rodar.

La gente comenzaba a irse. Todo apuntaba a que esta boda acabaría igual que las anteriores: en tragedia. Tomé el micrófono, con manos temblorosas, y traté de mantener la voz firme, al decir:

—La boda no ha terminado. Les pido que se sienten, por favor.

Hubo un murmullo de sorpresa.

—¿Se volvió loca o qué? Ya está diciendo estupideces.

—Qué descaro... si Leonardo claramente no la quiere. ¡Y, aun así, se arrastra!

—¿Cómo va a casarse sin novio? ¿De verdad cree que solo con montar esta farsa, Leonardo va a aceptar ser su esposo? ¡Él solo la estaba usando!

Inspiré hondo, apreté con más fuerza el micrófono y solté:

—Si el novio se fue... entonces se cambia de novio. ¿Quién quiere casarse conmigo? Nos casaremos ahora mismo.

El escándalo estalló entre los presentes. Pero nadie dio un paso al frente.

—Diez años con Leonardo... seguro ya está toda usada. ¿Quién se va a querer casar con eso?

—Sirve para pasar el rato, pero ¿para esposa? Imposible.

Las palabras me atravesaban como cuchillos. Cuando estaba a punto de rendirme, una mano firme me arrebató el micrófono.

—Yo quiero.

Levanté la vista. Era Álvaro Ramírez, amigo de Leonardo, alguien que siempre me había tratado con frialdad.

Dudé. Leonardo, en su momento, para agradar a Mariana, había hecho que sus amigos me enviaran mensajes diciendo que él estaba enfermo. Cuando conduje apresurada para ir a verlo, terminé encerrada en una cámara frigorífica toda la noche.

Desde entonces, cuando llueve, me duelen las rodillas.

Pero también recordé la vez que me había hecho ir al río a pescar estando en mis días y la vez que me había dejado sola bajo una tormenta en mitad de una acampada…

Aunque Álvaro nunca había participado, e incluso a veces parecía defenderme…

Pero, aun así, no podía evitar temer que todo esto fuera otra broma de mal gusto, orquestada por el mismo Leonardo.

Más insoportable que ese miedo, eran las miradas de todos los presentes.

—¿Y ese idiota sí se la va a quedar? ¿No ve lo que es?

—Seguro solo está diciendo eso para divertirse. En cuanto Leonardo le chasquee los dedos, ella volverá corriendo como perrita.

Sus palabras se volvían cada vez más crueles. Miré a Álvaro y apreté los dientes, antes de decir:

—¡Si tú estás dispuesto a casarte, yo estoy dispuesta a hacerlo contigo!

Nos casamos esa misma mañana. Por la tarde, fuimos a registrar el matrimonio.

Vi la foto en el acta, y, por un instante, me quedé en blanco.

Nunca había sentido con tanta claridad que lo mío con Leonardo realmente había terminado.

Álvaro me miró con calma.

—Si te arrepientes, podemos divorciarnos.

Respiré hondo. Tragándome el nudo.

—No me arrepiento. Cariño, vámonos de luna de miel.

Se quedó un momento en silencio. Tal vez no esperaba que lo dijera tan firme. Después de todo, él había sido testigo de cómo yo había perseguido a Leonardo durante diez años como una perra fiel.

Y, sí, yo también sabía lo que pensaban sus amigos de mí: que era una arrastrada, una cualquiera, que estaba desesperada.

Durante una década, escuché todo tipo de palabras hirientes, porque cuando las decían, nunca me evitaban.

Leonardo tampoco lo impidió nunca. Lo único que le importaba era si el vino le gustaba a Mariana, o si el aire acondicionado estaba muy fuerte y la hacía temblar.

Tal vez debí haber soltado hace tiempo esa relación unilateral. Después de todo, no merecía hipotecar mi vida por un par de caricias adolescentes.

Mientras pensaba en esto, mi móvil sonó con un mensaje entrante de Mariana.

«Camila, ¿te puedo pedir prestado a Leo unos días? Te lo devuelvo pronto.»

«Hoy no pude ir a tu boda, ¡la próxima prometo llevarte un buen regalo!»

Era la tercera vez que me declaraba su victoria.

También era una advertencia: la próxima boda, también la arruinaría.

En el pasado, cuando Leonardo había huido de nuestra boda, me había enfadado, había hecho un escándalo, había perdido la razón y me había quebrado por completo, pero él había desestimado todo con una sola frase.

—Mariana es la persona más importante para mí. Es como una hermana. Si no puedes aceptar eso, podemos terminar.

Yo no quería soltarlo, así que me tragué cada una de esas humillaciones.

Pero, ahora, viendo la foto que Mariana me había mandado con él, moví los dedos y escribí mi última respuesta.

«Señorita Mariana, ya no se moleste tanto. A Leonardo ya no lo quiero. Es todo tuyo.»

Y la bloqueé.
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