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Como ya había decidido irme de luna de miel, reservé los boletos en un abrir y cerrar de ojos.

Antes de partir, planeaba volver para empacar mis cosas. Después de todo, ya estaba casada… no podía seguir viviendo en casa de mi ex.

Apenas salí con el coche, la pantalla del celular se encendió: era Leonardo.

Normalmente, después de que me bloqueaba, yo tenía que rogarle medio mes para que, condescendiente, decidiera sacarme de la lista negra.

Pero, ahora, no habían pasado ni veinticuatro horas y ya estaba llamando. Solo podía ser por Mariana.

Y sí, en cuanto contesté, su voz me golpeó como una piedra lanzada a la cara.

—¿Quién te dio permiso de bloquear a Mariana? —soltó furioso—. ¿No sabes que es sensible, que se asusta con cualquier cosa? ¿Y, aun así, la tratas así? Vas a venir al bar a disculparte con ella. ¡Ahora!

Aunque ya había decidido soltar todo, ver a Leonardo defenderla con tanto afán, como si no pudiera soportar verla ni mínimamente incómoda, me apretó el pecho.

—No creo haber hecho nada malo. No voy a disculparme. Además, yo ya…

Antes de poder mencionar siquiera lo de mi matrimonio, su risa sarcástica me cortó en seco.

—¿No vas a venir? Camila, ¿quién te dio valor para decirme eso? ¿Ya se te olvidó que tu abuela sigue internada en el hospital de mi familia? Si no llegas en media hora, te juro que la saco a patadas.

Siempre sabía dónde golpear. Me desarmaba con una precisión aterradora. Me entró el pánico.

—¡Conmigo haz lo que quieras, pero no te metas con mi abuela!

Pero él ya había colgado.

Con las manos temblorosas, giré el volante con urgencia.

Sabía que Leonardo no estaba bromeando. Por Mariana, era capaz de cualquier cosa.

Mi abuela era lo único que me quedaba en este mundo. ¡No podía permitir que le hicieran daño!

Pisando el acelerador a fondo, llegué como alma que lleva el diablo a la entrada del bar.

Justo cuando iba a estacionarme, una moto apareció por la derecha. Al tratar de esquivarla, giré de golpe y choqué directo contra una columna.

Un dolor punzante me atravesó el pecho. Sentí, casi con certeza, cómo se me rompía una costilla.

Pero no había tiempo para pensar en eso. Me bajé del coche tambaleándome y corrí hacia la entrada.

El recepcionista se quedó helado al verme ensangrentada, y, tartamudeando, me preguntó si quería ir al hospital. Yo solo le sujeté del brazo con fuerza:

—¿Dónde está Leonardo? ¡Llévame con él!

La puerta del privado se abrió y entré, llena de sangre, hecha un desastre. La música y las risas se apagaron de inmediato.

Leonardo cambió de expresión y estaba a punto de levantarse, cuando Mariana soltó un chillido y se refugió de inmediato en su pecho.

Ese gesto tan frágil y vulnerable lo hizo estremecerse. Le cubrió los ojos con la mano de inmediato.

Cuando volvió a mirarme, su compasión se había desvanecido. Solo quedaba el asco.

—Camila, ¿te pusiste en este estado, como si estuvieras al borde de la muerte, para asustar a quién? Te hice venir a pedir disculpas, ¡no a provocar a Mari!

Sin decir nada, me acerqué a ella y, bajo la mirada hostil de Leonardo, bajé la cabeza.

—Perdón. No debí bloquearte.

La desbloqueé ahí mismo.

Miré el reloj. Desde que había contestado la llamada hasta ese momento, habían pasado exactamente veintinueve minutos.

La sangre de la frente se me metía en los ojos, tiñendo todo de rojo.

Sin molestarse en limpiarla, me giré hacia Leonardo.

—¿Así está bien? No le hagas nada a mi abuela, por favor. En unos días, voy a hacer lo posible por trasladarla a otro hospital…

—¿Viniste por eso? —interrumpió él, con el rostro oscuro—. ¿Solo por tu abuela?

¿Qué más esperaba?

Me mordí los labios y forcé una mueca. No iba a fingir que aún sentía algo por él.

Leonardo iba a decir algo más, pero Mariana volvió a exclamar:

—¡Mi zapato! ¡Tiene sangre! —Levantó la mirada hacia él, con los ojos llenos de tristeza—. Acuérdate que tú me los compraste especialmente. Y ahora están arruinados…

Él la abrazó por la cintura y, con la voz tensa, dijo:

—¡Límpiale los zapatos!

No sé quién fue, pero alguien me dio una patada desde atrás. Me doblé del dolor y estuve a punto de caer de rodillas frente a Mariana.

Me agarré de la barra para no caer, pero, accidentalmente, tiré las copas que había encima.

El líquido se le escurrió a ella por todo el cuerpo.

Ella soltó un grito y, con tono de agravio, dijo:

—Camila, ya sé que no te caigo bien, ¡pero no tenías por qué echarme la bebida encima!

Ella ya iba vestida con poca ropa, y, ahora, empapada de alcohol, no dejaba de estornudar.

Leonardo se quitó su chaqueta de inmediato y se la puso sobre los hombros, mirándome con una frialdad letal.

—Nunca imaginé que fueras tan cruel. ¿Te atreves a humillarla así, en mi cara?

—¡Yo no lo hice a propósito! —exclamé, desesperada—. Alguien me empujó…

Pero él ya no escuchaba.

—¡Ya que eres tan desobediente, no me queda más remedio que echar a tu abuela del hospital! Si no te doy una lección ahora, ¡me temo que después de casarte vas a tratar aún peor a Mari!

Me entró el pánico y lo agarré fuertemente de la manga.

—Hazme lo que quieras, Leonardo, pero deja a mi abuela en paz. ¡Te lo suplico!

Pero él ya había cargado a Mariana en brazos y me apartó de una patada.

El dolor me dejó sin aliento.

—¡Leonardo! ¡Por favor, no le hagas daño! ¡Puedo arrodillarme ante Mariana, romperme la frente contra el suelo! ¡No me caso contigo! ¡Puedes volver con ella!

Pero él se marchó sin siquiera voltear. Quedé tirada en el suelo, sin fuerzas.

Sus amigos se me acercaron, riéndose.

—Mírala … ¿no parece una perra?

—Si a Leonardo no le importa, ¿por qué no nos divertimos un rato con ella?

Al ver sus ojos lascivos y sus risas, la sangre se me heló. Me arrastré como pude hacia una esquina.

—¡No… no se acerquen!

Justo cuando estaban por tocarme, una voz los detuvo.

—Leonardo dijo que no la tocaran. ¿No escucharon? Todavía planea casarse con ella.

Los tipos chasquearon la lengua, frustrados, y salieron del bar entre carcajadas, rumbo a otro evento.

Yo me levanté del suelo a duras penas, temblando, y escapé de ahí como si me persiguiera el mismo demonio.

En mi mente solo había una cosa: ¡ salvar a mi abuela!
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