Al ver a Álvaro, el rostro de Leonardo se volvió repentinamente sombrío.
—¿Fuiste tú quien la incitó a irse? —gruñó con rabia contenida—, yo te tomaba como hermano, ¡y vienes a quitarme lo mío!
Echó una mirada hacia mí y hacia mi abuela, que estaba detrás, y de inmediato lo comprendió todo. Él me miró con una sonrisa fría.
—Sabía que no me equivocaba contigo —escupió con desprecio—, eres una puta que se acuesta con cualquiera.
—¿Qué beneficio te dio él para que estuvieras dispuesto a renunciar a mí, tu patrocinador principal?
Sus palabras se volvían cada vez más sucias, su voz, fuera de control.
Me zafé de su mano con firmeza y le hablé con calma.
—Ya que has venido hasta aquí, puedo darte esta despedida tardía. A partir de ahora somos unos desconocidos, lo que me pase ya no tiene nada que ver contigo.
Me giré y, delante de él, tomé la mano de Álvaro.
—El día que huiste de la boda, esa misma tarde, me casé con Álvaro —dije despacio—, ahora, él es mi esposo.
Leonardo me miró con una fr