Capítulo 3
El dueño me trató con saña. Todavía le ardía aquella vez que había rechazado con educación sus insinuaciones inapropiadas.

Ni siquiera el uniforme empapado me valió un descanso. Me obligó a seguir sin parar, como si no existiera el derecho al tomar un respiro.

Mis compañeros me miraban con lástima. Pero ya nada me importaba.

Tras una tarde de trabajo en piloto automático, volví a casa con el uniforme manchado de restos de comida.

Teo se abalanzó sobre mí nada más entrar. Al verme, sus ojos dorados se nublaron de preocupación. Aún pequeño, ya era observador.

Sin consolarlo, lo alcé con brusco entusiasmo:

—¡Teo! ¡Esta vez papá sí te compró el regalo! ¡Lo vi!

Pero él no sonrió. Sus manitas acariciaron mi mejilla con urgencia:

—Mamá... ¿alguien te hizo daño? ¿Qué tienes en la ropa? ¿Te duele?

Un dolor agudo me atravesó el pecho. Conteniendo la amargura, mentí:

—Fue torpeza mía... choqué con alguien.

Su tensión se aflojó un poco. Abrió la boca para hablar... cuando la puerta se abrió.

Ethan estaba de vuelta.

Me erguí al instante. Teo apretó mi mano, su palma diminuta estaba sudorosa.

Miramos juntos hacia la entrada... y nos quedamos petrificados.

Porque Ethan había llegado, una vez más, con las manos vacías. Tan vacías como su promesa.

Mi esperanza se desplomó por completo y miré a Teo.

La decepción en su rostro fue fugaz. No hubo llanto desgarrador como la última vez. Pero su calma me destrozó el alma. Había dejado de esperar algo de su padre.

Apreté los dientes para no gritar, pero Ethan me arrastró al dormitorio.

—¿Estás bien hoy? —preguntó en voz baja, su tono lleno de aparente preocupación—. Vi que te golpeaste el hombro.

Sin esperar respuesta, sacó el botiquín y sus dedos se dirigieron a mi blusa para abrirla.

Aparté su mano con un gesto leve... pero cargado de rechazo.

—¿Y el juguete?

Se quedó inmóvil.

—¿Qué juguete?

Me mordí el labio. Los ojos me escocieron. Mi voz tembló como hoja al viento:

—El coche teledirigido para Teo. Lo vi hoy... a tu izquierda, en la mesa con Mira.

Su mirada se volvió evasiva. Se tocó la nariz, bajando la voz:

—Fue Mira quien me invitó. El auto...ni siquiera era mío... Solo estaba ahí, nada más. No podía llevármelo. Mañana le compro otro a Teo.

«Mañana».

Conteniendo el grito que me quemaba la garganta, esquivé su mirada y entré al baño.

Por el costo del agua, siempre me duchaba rápido y con agua fría.

El invierno helaba la piel... pero no tanto como mi corazón.

Minutos después, cerré el grifo, aturdida, y me envolví en una toalla raída.

Entonces, la pantalla de mi teléfono se iluminó con una solicitud de amistad de un contacto desconocido.

Una inquietud extraña me recorrió. Acepté casi sin pensarlo.

La foto de perfil apareció al instante: Mira.

No dijo nada. Pero entendí su mensaje al instante. Con dedos trémulos, abrí su perfil.

Acababa de publicar:

«Gracias a Ethan, el hombre lobo más poderoso y generoso del mundo. A mi bebé Liam y a mí nos encantan los regalos».

La foto mostraba el coche teledirigido edición limitada que Teo ansiaba... junto a costosísimos productos de belleza. Marcas que ni en mis sueños podría tocar.

Me quedé clavada en el suelo y hasta dejé de respirar.

Alcé la vista y miré el baño miserable que me rodeaba: el champú de oferta junto al espejo, las pastillas de jabón hechas añicos en la repisa, el viejo cachorro de lobo de juguete, despintado y desgastado que Teo se negaba a tirar…

La tristeza me golpeó como una ola y mis piernas cedieron.

Resbalé por la pared hasta el suelo frío, mientras las lágrimas caían, una a una, en absoluto silencio.

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