En la sede central de la manada, Ethan miraba su reloj repetidamente, un rastro de irritación inusual en su rostro.
No podía demorarse más.
¿A qué hora era el concurso de Teo? No lograba recordarlo.
Cheryl se lo había repetido ayer... y él no había prestado atención.
Una inquietud sorda le recorrió el pecho. Esquivó a los invitados que celebraban a Liam y se dirigió a su despacho.
Había comprado un coche teledirigido para Teo esa misma mañana, pensando en dárselo después del concurso.
Mira, que no lo perdía de vista, lo siguió al instante.
—Ethan, aún no has probado el pastel —dijo con suavidad.
—Disfrútenlo ustedes. Tengo un asunto —respondió él sin volverse, el tono evasivo.
Mira lanzó una rápida mirada a su hijo Liam.
El niño pequeño agarró inmediatamente el dobladillo de Ethan, mirándolo con ojos suplicantes:
—Alfa, ¿no ibas a enseñarme a jugar golf hoy? ¿Por qué te vas tan pronto?
Ethan se sintió atrapado. Se agachó y habló con voz suave:
—Hoy es urgente. ¿Te parece otro día?
Pero