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Pronto descubrimos que la mujer era casi literalmente un lorito andante. Por todo se reía, nos contó un centenar de historias de camino a la casa de seguridad. Lo poco que pudimos averiguar sobre la infancia de Elisa es que había sido una infancia complicada. Sus padres habían muerto jóvenes, su abuela la había criado, pero su abuelo era un hombre machista que siempre las golpeaba. Se había ido a la guerra y murió en ella, aunque la señora Eva, sinceramente, a veces decía que estaba muerto y a veces decía que estaba vivo. La demencia que sufría la tenía al borde de un colapso, y yo tuve miedo de que sacarla de la supervisión médica pudiera traer graves consecuencias. Pero no teníamos más opciones: era encarar a Elisa directamente o morir en el intento.

— Tenemos que avisarle a Luis — les dije a ellos cuando tuve la oportunidad, en medio del parloteo de la anciana — . Los tres sabemos que la excusa de ir a ver a los niños esta mañana era mentira. Los niños no están en esta ciudad. Tod
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