Después de la reunión con Camilo De la Espriella, volví al atelier con una mezcla extraña de excitación y desilusión. La esperanza, esa traicionera emoción, había vuelto a encenderse en mí. La forma en que Camilo había pronunciado mi nombre, la chispa de reconocimiento en sus ojos, la sensación de que, de alguna manera, él sabía quién era yo, todo eso me hacía pensar que quizás, solo quizás, Alejandro se había interesado de verdad.
Trabajé con una desconcentración que me resultaba inusual. Cada vez que mi teléfono sonaba, lo miraba con una expectativa febril, solo para ver que era un proveedor o un mensaje de Mónica. La mañana pasó, luego la tarde, y nada. El silencio de mi teléfono comenzó a corroerme, a dar paso a la inseguridad. ¿Y si todo había sido una burla? La imagen de Alejandro y su tía, esa distancia abismal entre nuestros mundos, empezó a tomar otra forma en mi mente. Quizás los ricos se divertían intimidando a los de menor estatus, jugando con las expectativas de gente como yo. La idea me revolvió el estómago. Me sentí tonta, ingenua. ¿Cómo podía pensar que un hombre como él se interesaría en alguien como yo? Cuando estaba a punto de cerrar el atelier, mi teléfono vibró de nuevo. Era Mónica. "Valentina, mi amor, de nuevo yo con mis cosas," dijo su voz, con un tono de disculpa que rara vez usaba. "Sé que te estoy volviendo loca con mis ausencias, pero este es el último favor grande que te pido, te lo juro." Mi ceño se frunció. ¿Qué más podría ser? "Dime, Mónica.” “Mañana," su voz adquirió un tono más serio, "tengo que dar una presentación importantísima sobre el impacto textil en la economía de Medellín. Es en el Hotel Las Lomas, ese ecoparque turístico enorme y tan exclusivo, ¿lo conoces? Estarán representantes de la política regional y nacional. Gente muy influyente. No puedo ir, de verdad que no puedo. Mis problemas familiares... son un desastre. La presentación ya está lista, la tengo pulida y preparada. Solo tienes que repasarla, estudiarla bien, y darla. Sé que puedes hacerlo, eres brillante en esto.” La mandíbula se me desencajó. ¿Una presentación frente a políticos? ¿En un hotel de esa categoría? Mis nervios se dispararon. Era una responsabilidad enorme, mucho más allá de mi rol habitual. Pero Mónica sonaba desesperada, y su confianza en mí, aunque me parecía exagerada, me empujaba a aceptar. "De acuerdo, Mónica," le dije, sintiendo el peso de la responsabilidad. "Mándame la presentación. La estudiaré toda la noche.” Colgué, mi mente ya sumergida en las diapositivas y los datos. El pensamiento de Alejandro se desdibujó, reemplazado por el inmenso desafío que tenía por delante. Esa noche, mi pequeño apartamento se convirtió en una sala de conferencias improvisada. Repasé estadísticas, proyecciones de crecimiento, y los argumentos sobre cómo la industria textil de Medellín estaba transformando la economía local. El sueño se me fue, pero la adrenalina me mantuvo despierta. A la mañana siguiente, me vestí con el atuendo más formal que tenía, un traje sobrio pero elegante. Peiné mi cabello negro rebelde y me aseguré de que mis gafas estuvieran impecables. A pesar de los nervios que me carcomían el estómago, tomé un taxi hacia el Hotel Las Lomas. El imponente lobby, con sus orquídeas y su arquitectura que se fundía con la naturaleza, era sobrecogedor. Subí al salón de eventos. El atril me esperaba, y frente a mí, un auditorio lleno de rostros serios, algunos reconocibles de las noticias. Tomé un respiro profundo y empecé. Mi voz, al principio un poco temblorosa, se fue afianzando con cada diapositiva. Hablé con pasión de la industria que amaba, de su potencial, de su impacto. Compartí datos, anécdotas, y respondí preguntas con la seguridad que da el conocimiento. Contra todo pronóstico, lo hice bien. Al finalizar, recibí aplausos respetuosos y algunas felicitaciones. Salí del salón con la cabeza en alto, una mezcla de alivio y orgullo. Había superado una prueba importante.