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Capítulo 6. El Día Después: Deber, Desesperanza y una Sorpresa Inesperada. Alejandro.

El día después de la gala, mi rutina se impuso como una losa pesada, pero esta vez, con un eco constante del vacío que dejó su ausencia. Me levanté antes del amanecer en mi penthouse de El Poblado, con las primeras luces tiñendo de gris los edificios. Mi casa, inmensa y silenciosa, solía ser mi refugio, pero ahora se sentía más vacía que nunca.

Preparé un café negro, fuerte, y me dirigí a mi estudio personal. No para revisar reportes financieros, sino para mi ritual secreto. Me senté frente a mi lienzo, el pincel en la mano, o mi cuaderno de notas. Para el mundo, soy Alejandro De la Espriella, el magnate. Para mí, soy "El Viajero", el poeta y pintor que ha publicado una serie de poemas semanales en un reconocido periódico cultural de Medellín, y cuyo compendio, "Ecos del Alma Ausente", se había agotado en su primera edición. Escribir y pintar eran mi escape, mi verdadero yo. Esa mañana, sin embargo, las palabras no fluían, y la paleta de colores parecía apagada. Mi mente regresaba una y otra vez a los ojos verdes de Valentina, a su cabello rebelde y a la frustración de no haber podido obtener su contacto.

Después de un desayuno rápido y solitario, me vestí con mi traje impecable y me dirigí a la oficina en el centro de Medellín. El tráfico, los edificios, la gente apresurada... todo era un blur de mi vida diaria. En la oficina, las reuniones se sucedían sin cesar, los números, los proyectos, la toma de decisiones que afectaban a miles de personas. Siempre he sido eficaz en los negocios, una máquina de generar riqueza, pero hoy, cada cifra se sentía hueca.

Mi búsqueda de Valentina había sido incansable desde anoche. Entré en internet, busqué en redes sociales: "Valentina Vargas Medellín", "Diseñadora Valentina Vargas". Demasiadas. Cientos de perfiles. Había creado perfiles falsos, absurdos, bajo nombres como "AdlE" – mis iniciales, una forma tonta de tentar al destino – y les había enviado mensajes a algunas, ingenuamente: "Hola, soy AdlE, me gustaría que nuestra conversación continuara, ¿me darías tu número para llamarte?". El resultado era siempre el mismo: bloqueado, reportado como acoso. Una frustración ridícula, pero cada "usuario no encontrado" o "mensaje no entregado" era un puñal en mi creciente desesperanza.

Estaba absorto en un informe cuando la puerta de mi oficina se abrió de golpe, y una figura esbelta y elegante irrumpió en la habitación, despidiendo un halo de perfume floral.

"¡Alejandro! Sorpresa.”

Era Valeria Delacroix. Alta, impecable en su traje de diseñador de viaje, con el cabello rubio perfectamente peinado y una sonrisa que revelaba sus dientes blanquísimos. Había regresado de sus vacaciones de tres meses por Asia antes de lo previsto, sin avisar. Su sola presencia llenó la oficina con la presión de nuestro futuro arreglado.

"Valeria," dije, intentando sonar sorprendido, aunque mi estómago se contrajo. Me puse de pie para saludarla.

"Estuve pensando mucho en Asia, Alejandro," dijo, acercándose, sin dejar de sonreír. "Ya es hora. Nuestros padres están impacientes, y yo también. ¿Por qué no fijamos la fecha de la boda cuanto antes? ¡Ya lo hemos pospuesto demasiado!”

Sus palabras eran una sentencia, una confirmación del camino que ya estaba trazado para mí. Miré por la ventana, hacia el skyline de Medellín. ¿Podría alguna vez encontrar a Valentina en esa inmensidad? Mi búsqueda hasta ahora había sido inútil. La esperanza, a la que me había aferrado durante la noche, se estaba agotando. Quizás era un sueño tonto, un capricho de una noche.

“Valeria," dije, mi voz sonando extrañamente hueca, "tienes razón. Lo hemos pospuesto demasiado. Da luz verde. Inicia los preparativos.”

Una sonrisa triunfante se extendió por el rostro de Valeria. Se acercó y me besó en la mejilla, un beso frío, protocolario. "¡Magnífico, Alejandro! Me pondré en contacto con mi wedding planner de inmediato. ¡Será la boda del año!"

Me senté de nuevo después de que se fue, el peso de mis palabras, de mi decisión, aplastándome. Había cedido. Había aceptado mi destino, o al menos, lo que parecía serlo. La imagen de Valentina, de sus ojos verdes, de su cabello rebelde, comenzó a desdibujarse en mi mente, un recuerdo doloroso pero cada vez más lejano.

Al día siguiente, la sensación de derrota persistía. Mi día transcurría en una bruma de reuniones y decisiones. Me sentía atrapado en mi propia vida.

Justo antes del almuerzo, mi teléfono vibró. Era Camilo. Contesté, casi por inercia.

"¡La encontré, Alejandro! ¡La encontré!" la voz de mi hermano sonó al otro lado de la línea, llena de una emoción que me sacudió hasta la médula.

Mi corazón, que creía inerte, dio un salto. Mi mente, que había estado a punto de rendirse, se encendió de nuevo. Valentina. La había encontrado. Justo cuando la esperanza se había desvanecido.

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