Capítulo 106. Bajo juramento de sangre.
**Camilo**
Cuando recibí la llamada de mi tía, supe que era el momento.
No pregunté dónde. Ya sabía.
La finca familiar en Envigado. La misma donde jugábamos de niños mientras los adultos se reunían a hablar de herencias, inversiones y apellidos. Irónico que ahora, décadas después, ese fuera el escenario de una confesión que podría desmoronar todo.
La brisa era espesa, y el cielo amenazaba lluvia cuando estacioné el auto frente al portón de hierro forjado. El silencio me recibió como un viejo enemigo.
Ella estaba allí, en el corredor de madera, sentada con una carpeta sobre las piernas. No me sorprendió verla más demacrada. El duelo la había alcanzado antes que la vejez.
—Gracias por venir —dijo, sin moverse—. No sabía a quién más acudir.
—A mí —respondí, cerrando la puerta del carro con firmeza—. El que más sospechaba de ti.
—Porque me conoces —musitó.
Me acerqué sin quitarle la mirada de encima.
—¿Qué tienes que decir?
Me señaló la carpeta.
—Ahí está todo. Dónde se escondió Juan José