254. El Veneno en la Sangre del Rey
La huida del manicomio fue un borrón de violencia y euforia. Para Mar, fue un renacimiento. Aferrada a la espalda de Elio mientras él saltaba el muro perimetral del instituto, con los gritos de los guardias y las alarmas aullando detrás de ellos, se sintió, por primera vez, verdaderamente libre. El caos que dejaban a su paso no la aterrorizaba; la embriagaba. Era el sonido de su propia jaula haciéndose pedazos.
Se adentraron en la oscuridad de los campos que rodeaban Luján, moviéndose con una velocidad que a ella le parecía sobrenatural. Él, en su forma de luisón de guerra, era una sombra silenciosa y letal, con sus patas devorando la tierra sin esfuerzo. Ella, aferrada a su pelaje, sentía el poder crudo de sus músculos bajo ella, el olor a ozono y a furia que emanaba de él. Era la culminación de cada una de sus fantasías. No era la espectadora de la bestia. Iba montada sobre ella.
Llegaron a las ruinas de la vieja estancia jesuita, su refugio, justo antes del amanecer. La manada los