El viaje de regreso a la cabaña fue un descenso a un nuevo tipo de infierno. El silencio dentro del vehículo era más pesado que el de cualquier vigilia. Era el silencio del después, el que sigue a una victoria que no sabe a triunfo, sino a complicación. En el maletero, el cuerpo inconsciente de Elio era una presencia que lo impregnaba todo, un peso muerto que era a la vez un trofeo y una condena.
Selene miraba por la ventana, pero no veía el bosque. Veía el rostro de Elio, despojado de su arrogancia, vulnerable. La verdad que le había arrojado, esa historia sobre la traición de sus padres, era un veneno que le recorría las venas, reescribiendo cada certeza sobre la que había construido su vida. Odiarlo era fácil. Entenderlo… era una traición a sus propios muertos.Florencio conducía con una rigidez casi robótica. Su mente de estratega estaba en cortocircuito. Ten