La Usina Eléctrica del Puerto los recibió como una vieja amiga, una bestia de óxido y hormigón que parecía ronronear en la oscuridad. La noche era perfecta: sin luna, con un techo de nubes bajas que se tragaba cualquier luz residual del puerto, creando una negrura casi total. El aire olía a sal, a pescado y a la violencia inminente.
Llegaron por separado, siguiendo un protocolo diseñado por Florencio. Él, en la camioneta, tomando una ruta indirecta para parecer que volvía de una reunión en la ciudad. Ella, a pie, moviéndose por las sombras de los barrios industriales como el fantasma que pretendía ser, asegurándose de que el dron de los mercenarios captara su silueta dirigiéndose hacia el lugar del encuentro.Se reunieron en el interior, en la misma sala de control del segundo nivel que había sido su jaula y su palco. El lugar estaba exactamente como lo hab&iac