David lo vio. Y su cuerpo se tensó, como si una corriente helada le recorriera la espalda.
—¿Mi padre…? —murmuró, apenas audible.
Elena no respondió de inmediato, su mirada se mantuvo fija en Octavio Santillana, quien se había abierto paso entre los asistentes con la arrogancia acostumbrada. Un murmullo sutil se extendió entre los presentes. La presencia de Octavio en el Aquelarre no era una novedad, pero sí lo era su reacción, su rigidez… y esa mirada cargada de furia hacia su propio hijo.
David volvió a hablar, esta vez un poco más firme,—¿Qué hace él aquí?,---
Elena tomó aire, sin perder su porte, su rostro no mostraba duda, solo la serenidad de quien ya había previsto este momento.
—Él ha sido miembro del Aquelarre desde antes de que tú nacieras, David. Aquí no existen títulos ni apellidos, solo deseos… y poder,--- dijo Elena
David bajó la vista un instante, el peso de esa revelación lo aplastó por dentro, su padre, ese hombre distante y autoritario, siempre tan contenido, tan "c