La mañana había comenzado como cualquier otra para Dorian. Los ventanales de la oficina dejaban entrar una luz tenue que se filtraba entre las cortinas, iluminando los montones de documentos sobre su escritorio. El murmullo constante de los teléfonos, el tecleo de los asistentes en las áreas cercanas y el aroma a café recién hecho creaban esa atmósfera rutinaria que él conocía demasiado bien.
Estaba revisando un informe financiero cuando escuchó el golpeteo suave en la puerta.
—Adelante —dijo, sin levantar la vista.
Su secretaria, siempre correcta y precisa, asomó la cabeza.
—Señor, tiene una visita.---
Dorian frunció el ceño.
—¿Una visita? No tengo nada agendado esta mañana.---
—Lo sé… pero insiste en verlo.--- dijo la secretaria
—Está bien, que pase.--- respondió Dorian
No imaginó que esa simple frase rompería por completo el orden de su día.
La puerta se abrió, y el aire en la oficina cambió.
Isolde entró con la seguridad de quien sabe exactamente el efecto que provoca. Vestía un