Elena despertó en la cama que alguna vez fue testigo de sus noches más intensas junto a Dorian. El colchón aún conservaba su aroma, ese que a veces la envolvía como una promesa. Pero hacía semanas que no la tocaba, dormían juntos, sí, hablaban, comían, incluso reían... pero algo en él había cambiado.
Era la mirada.
Ya no la miraba como antes, no la devoraba con los ojos ni con el alma.
Ella se sentó, cubriéndose con la sábana hasta el pecho. Observó su silueta frente al ventanal, Dorian estaba de pie, con una taza de café en la mano, la camisa desabrochada, la mirada fija en algún punto que no era el horizonte, era el vacío.
—¿No vas a venir a la cama? —preguntó Elena, en un intento por romper esa barrera invisible.
—Tengo que salir temprano, reunion con inversore,—respondió sin mirarla
—Otra más… —susurró ella, más para sí que para él.
Dorian dejó la taza en la mesa, tomó su abrigo y salió sin un beso, sin un roce. Solo la sombra de un hombre que alguna vez la hizo temblar con solo u