Yvi
El silencio nunca ha sido tan pesado. Pesa como una losa de plomo sobre mis hombros, sobre sus miradas fijas, sobre el suelo mismo que parece contener la respiración. No hay un solo ruido. Incluso los latidos de mi corazón parecen pertenecer a otro mundo.
Pero dentro de mí, algo se levanta. Lentamente. Irresistiblemente. Algo más antiguo que el miedo. Más vasto que el amor. Una cosa que ni el sufrimiento ni la soledad han podido ahogar. Es una fuerza bruta, primaria. Aquella que no quería ver. Aquella que siempre intenté contener. Aquella que intentaron robarme, romper, silenciar.
Pero ahora, ya no tengo que elegir. Ya no tengo que huir. Y ya no tengo que esconderme.
Cierro los ojos. No para huir. Para anclarme. Para sentir. Para recordar quién soy.
La sangre pulsa en mis sienes. La tierra vibra bajo mis pies. El aire se contrae contra mi piel desnuda, tensa, marcada por dolores antiguos. Mi corazón late. Un latido. Dos. Luego una respiración, larga, profunda, animal. Y