Yvi
Avanzan. Sus pasos son lentos, como si temieran romper algo sagrado. Pero yo no soy frágil. No más. Soy el corazón de este torbellino. El centro de un mundo que tambalea.
Sus sombras se alargan en la luz titilante de las linternas. Siento su vacilación, su tensión mezclada con deseo. Mi corazón late desincronizado con el suyo, más fuerte, más salvaje. Soy el llamado. Y ellos responden.
Sus alientos se vuelven pesados. Su silencio se convierte en devoción. Un murmullo sagrado en el santuario de esta habitación de paredes palpitantes. Cada uno de ellos lleva dentro una tormenta. Y los llamo, uno por uno, sin palabras, con una simple mirada.
Sus manos se extienden. Cada una diferente.
Aleksandr roza mi mejilla, sus dedos helados contra mi piel ardiente. Este contraste me hace estremecer. Me observa como se observa una estrella moribunda: con temor, fascinación, y esa certeza de que todo puede explotar.
Soren desliza una mano por mi nuca, posesivo, eléctrico. No tiembla. Reclama, sin