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Capítulo 35 — El Pacto Roto

El viento muerde mi piel mientras avanzo. Cada paso me parece un desgarro. Kael, Lyam y Soren están ahí, listos para arrebatarme ante el más mínimo intento de secuestro, pero sus músculos tensos traicionan su rabia.

El hombre de cabello plateado me observa, divertido.

— Acércate, pequeña reina. ¿Sabes quién soy?

Sacudo la cabeza, incapaz de hablar.

Kael escupe:

— Fenrik de los Colmillos de Hierro. Traidor a su propia manada.

Fenrik inclina la cabeza, falsamente humilde.

— Siempre me enseñaron que la lealtad va hacia el más fuerte. Y tú, Ivy… eres más fuerte de lo que piensas. Tu sangre nos pertenece.

Aprieto los puños.

— Mi sangre no pertenece a nadie.

Fenrik ríe suavemente.

— Eso es falso, y lo sabes. Los Aelarian no están hechos para el amor o la ternura. Ustedes son soberanos. Reináis o caéis. Vengo a ofrecerte un trono, Ivy.

Un silencio. Sus hombres señalan a Maelis, encadenada, con una mirada suplicante. Mi corazón se aprieta.

— Si te niegas… ella morirá la primera. Y después de ella… todas las demás. Soraya, incluso tu manada.

Lyam gruñe:

— Bastardo…

Fenrik levanta la mano.

— La elección es simple. Ven con nosotros. Reinarás. Comprenderás lo que eres. Una loba hecha para la dominación. O quédate aquí… y mira todo lo que amas arder.

Titubeo. La tierra tiembla bajo mis pies. Los murmullos de la manada detrás de mí, los latidos de los corazones asustados… todo me aplasta.

Soren me agarra del brazo, me aprieta contra su pecho.

— No estás sola. Eres nuestra. Lucharemos, Ivy. Hasta el último suspiro.

Mis ojos se levantan hacia Fenrik.

— Y si vengo… ¿dejarías a Maelis y a la manada en paz?

Su sonrisa se ensancha.

— Te lo juro… sobre la sangre de los míos. Ven. Descubre tu verdadera naturaleza.

Por un instante, vacilo. Y en esa mirada plateada, veo otra cosa: el hambre. La certeza de que me destruirá.

Kael ruge:

— No, Ivy. No se negocia con un traidor. Nunca.

Retrocedo. Luego, con voz firme:

— Me niego.

Fenrik ríe. Una risa helada que se eleva en la noche.

— Lástima… no esperaba nada menos.

Y en un movimiento brusco, le corta la garganta a Maelis. Su sangre brota. Un grito rasga el aire.

Soren grita. Lyam salta, demasiado tarde. Fenrik ya retrocede, sus hombres dispersándose.

La guerra ha comenzado.

— Han firmado su sentencia de muerte, ruge Kael.

Fenrik se desvanece en la noche.

— Nos vemos pronto, reina. Esta vez vendré a llevarlo todo.

Caigo de rodillas, la mirada perdida en la sangre de Maelis.

Soren se arrodilla, me abraza, destrozado.

— Es la guerra, murmura. Y les haremos pagar.

La noche no termina. El cuerpo de Maelis reposa sobre el altar, vigilado por la manada en duelo. La sangre en mis manos nunca se irá.

Kael, Lyam y Soren hablan de estrategia. Sus rostros serios, sus músculos tensos.

Kael se dirige a mí con voz grave:

— Atacamos esta noche. Sin tregua, sin piedad. Ellos piensan que eres débil, Ivy. Que nos rendiremos. Pero les mostraremos quiénes somos.

Asiento.

— Voy.

Gruñen, pero no discuten. La luz en mis ojos los hace callar.

El campamento de Fenrik está en el borde del bosque. Se creen a salvo. No ven la rabia que se agita.

Soraya se une a mí, silenciosa.

— ¿Quieres sangre, Ivy? Entonces ven. Muéstrales.

Ivy

Ya no siento nada. El mundo tambalea a mi alrededor, pero mis pies permanecen anclados en la tierra húmeda. Maelis… su sangre apesta en el aire. Su dolor me atraviesa, pero no es eso lo que arde en mí. No… es otra cosa. Más profunda. Más antigua.

Kael me observa, su mirada oscura de rabia.

— Esta noche, atacamos. Pero tú… te quedas aquí, Ivy. No quieres ver esto.

Realmente cree que puede mantenerme alejada. Aún piensa que soy frágil. Humana. Levanto la mirada hacia él, y por primera vez… siento el miedo asomar en sus pupilas.

Kael

Ella me mira. Esa luz en sus ojos… maldita sea. No es la Ivy que conocemos. No la mujer que hemos marcado. Algo se despierta en ella.

— Te quedas aquí, Ivy. No es tu lucha.

Ella avanza. Mi corazón se detiene por un latido.

— No, susurra. Vengo.

Soren

Me coloco frente a ella, respirando con dificultad.

— Ivy… para. Si cruzas este límite, nunca será lo mismo. No te salvaremos esta vez.

Pero ella me mira como si ya estuviera muerto. Como si todo lo que dijera resbalara sobre ella.

— Déjenme pasar.

Lyam

Aprieto los puños. Mi garganta se cierra. Quiero llevarla, encerrarla lejos de todo esto. Pero algo… no, alguien… murmura dentro de mí que la deje hacer.

— No entiendes lo que estás a punto de hacer.

Ella da un paso más. La luna se levanta… roja. El cielo se abre como un presagio. Y la siento. Maldita sea… la siento caer.

Ivy

El fuego estalla en mis venas. Mi piel arde. Mis huesos se rompen. Grito, con la cabeza inclinada hacia el cielo. Mis gritos se pierden en la noche, monstruosos, inhumanos. Las garras desgarran mis dedos, mis colmillos atraviesan mis labios. Y sus miradas…

Me miran como si me vieran por primera vez.

No soy humana. Nunca lo he sido.

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