— Sé que no es apropiado y que el nacimiento de tu pequeño aún es reciente, pero además de felicitarte quería pedirte algo… — Zafiro escuchaba la voz de Eduard en el mensaje de voz, mientras mecía entre sus brazos a su hijo, admirando con devoción como se enroscaban sus pequeñas manos alrededor de su pulgar. — Me ha dicho tu ayudante que pronto regresaras al trabajo y me gustaría que me concedieras algunos instantes, una tarde para borrar el sabor amargo que dejó nuestro último encuentro. —
Ella sonrió.
— No puedo sacarte de mi cabeza y esto no es algo que me ocurra a menudo con nadie… por favor. Llámame.
Era difícil solo pensar en volver a entregarse a alguien. Pero no podía negar que el fuego se avivaba en su interior por aquel hombre. De igual forma no contestó y borró el mensaje para olvidar por completo el asunto.
— Nunca te tomé por alguien descortés.
La inconfundible voz la hizo volverse de golpe.
— Hace semanas te envíe un mensaje...
— Lo siento. He estado ocupada. El bebé, y el trabajo no me dejan tiempo para nada. — se justificó apretando sin percatarse el tallo de la rosa que sostenía.
— ¿ Dónde está el pequeño? —
— Lo he dejado en casa, contraté una niñera. Es una señora responsable y me inspira mucha confianza.
— Que bueno oírlo… ¿ Ahora me dirás si aceptas mi compañía por un par de horas ?
— No lo sé.— trató de huir de él dándole la vuelta al mostrador, pero Eduard era implacable y la siguió, agarrándola por el brazo.
— Tendrás que decirlo mirándome a los ojos. — susurró seductoramente.
— Yo… ¡Auch!…— chilló Zafiro al pincharse con la espina.
Eduard tomó su dedo y se lo llevó a la boca, recogiendo con sus labios la gota de sangre que brotaba de la herida.
No pudo resistirlo y lo besó con ansias, dejándolo que la alzara tomándola por la cintura y sentándola en la pequeña mesa donde hacía los arreglos florales.
— No podemos hacer esto. — jadeaba Zafiro al sentir su boca devorándole el cuello y sus manos subiendo por sus muslos.
— ¿ Hacer qué? — contestó Eduard mordiéndole el labio inferior. Ella no pudo hablar.
— ¿ Esto? — desabotonó su blusa dejando sus pechos hinchados al aire.
— ¿ O esto ? — se despojó de los pantalones mostrándole su erección a punto de explotar.
— Quiero que seas mía. Te deseo desde el primer día que te vi. — se ubicó entre sus piernas y ella no pudo resistirlo más.
Lo abrazó levantando sus caderas, pidiéndole en un susurro.
— Hazlo…
— ¿ Qué, qué quieres que haga? — jugó él mordiéndose el labio.
— Hazme tuya.
Descorrió la ropa interior y la embistió de golpe, arrancándole un grito de placer.
Ella clavó las uñas en su espalda y con un gemido agudo él alcanzó el orgasmo.
— Esto no significa nada. — murmuró Zafiro ,abotonándose la blusa.
— Estas equivocada. Esto lo significa todo. — contestó él, acercándose para acariciarle la mejilla.
— Ahora que te he tenido no pienso dejarte ir jamás.
— ¿Estás hablando de amor ?
— No lo sé, estoy hablando de locura, de deseo, de este sentimiento incomprensible que siento al estar en tu presencia. No sé mucho de amor, pero debe ser algo parecido a esto. — se acercó para besarla en la mejilla.
— Mi vida es complicada. — Murmuró Zafiro alejándose de sus labios.
— No me importa. Cuidaré de ti y de ese niño.
— Pero no sabes nada de mi.
— No necesito saber más que lo que ya siento al estar contigo. Tu pasado no me importa. — volvió a agarrarla por la cintura.
— ¿ Podrá ser cierto esto ? — dudaba ella.
— Es cierto… te lo demostraré. Este fin de semana nos vamos a la casa donde crecí.
— ¿ Estás loco? — intentó contener la sonrisa dulce que se dibujaba en su rostro.
— Por ti... — la besó en la frente.
— No puedo irme… el niño, la tienda.
— Haremos un viaje corto, apenas una noche. No creo que tú niñera se oponga y no pasará nada porque la tienda se quede cerrada un domingo.
— No lo sé… es todo tan repentino…
— Ya te llevé al lugar donde descansa mi madre, ahora me gustaría presentarte a la mujer que ayudó a criarme, mi Nana. Es el ama de llaves de la casa de mi infancia, nunca he llevado a nadie allí. Te dejaré entrar a mi familia para que abras tu corazón y me dejes entrar a la tuya.
Tomó sus manos besándolas con devoción y Zafiro no encontró manera de negarse ante tan dulce pedido.
— Sabía que tú empresa era exitosa y que te iba bien, pero nunca imaginé que tanto así, como para tener tu propio avión. — miraba asombrada la aeronave esperándolos en la pista.
Eduard lanzó una carcajada.
— La mayoría de los negocios son de mi padre, yo solo dirijo la empresa… y es un avión rentado. — susurró poniendo la mano para cubrirse los labios.
— Debe ser un hombre muy importante tu padre.
— Lo es, tanto así que apenas consigo verlo dos veces al año, si tengo suerte.
Ella acarició su espalda.
— No pasa nada. No somos tan cercanos… — contestó él con cierto pesar en su voz.
Algunos minutos de vuelo y un paseo de coche después Milena estaba en presencia de la casa más magnífica que jamás hubiese visto.
— ¡Es hermosa! — exclamó subiendo por las escaleras aterciopeladas.
— Segunda habitación a la derecha, amor mío. Ponte el traje de baño. Iré a buscar a Nana y luego nos meteremos a la piscina.— ordenó él, divertido por su fascinación.
—¡Nana! — gritó zurcando la cocina con paso apurado.
— ¡Hijo, que alegría! No sabía que vendrías este fin de semana.
— He traído a alguien muy especial y me gustaría que la conocieras.
— ¡ Oh… no, no de nuevo Eduard!
— Shh… habla en voz baja. Está vez es diferente Nana. Creo que esta si me ama de verdad.
— Querido niño … — la sirvienta lo abrazó con lástima. — Hay algo que debes saber antes…
— No, después me lo dices. Vamos, no puedo esperar.
— Creo que no le he gustado mucho a tu Nana. — confesó Zafiro metiéndose a la piscina.
— Tonterías… le has encantado. Solo que ella es así un poco inexpresiva. Ya la irás conociendo.
— Me interesa más conocerte a ti. — se acercó a él enroscando los pies alrededor de su cintura.
— Pues aquí me tienes… — dijo agarrándole las nalgas y mordiéndose la boca.
Milena lo envolvió en un beso húmedo e intenso, desgarrado por una voz masculina que gritaba desde la distancia.
— ¡Espero que no piensen hacerlo en mi piscina!
Eduard sonrió.
— ¡ Papá!
Zafiro sintió un escalofrío cortante, jamás olvidaría esa voz. Su razón se resistía a creerlo y se congeló, incapaz de mirar hacia atrás.