Lealtades rotas

— Buenas tardes Melina… luces hoy tan radiante como siempre… — 

— Y usted tan amable como el primer día, Eduard. 

— ¿ Tienes mi encargo habitual? 

— Por supuesto. Un manojo de lirios con una sola amapola en el centro. 

— ¿ Te queda aún mucho trabajo? 

— No, de hecho ya iba a cerrar para irme a casa. — contestó ella poniendo un delicado hilo de celofán alrededor de las flores. — Algún día tendrás que contarme quién es la afortunada.  

— ¿ Afortunada? 

— ¿ Cómo llamarías a una chica a la que cada semana el hombre más exitoso del pueblo le lleva un ramo de lirios? Creo que afortunada es un adjetivo apropiado. —

Eduard sonrió.

— Me encanta ese aire misterioso…  

— Te propongo algo… acéptame un café y te mostraré que tan afortunado soy…. 

— No lo sé…— dudó Zafiro acariciándose la panza. 

— Venga… pensé que te gustaba el misterio. 

 — No conozco ninguna cafetería en esta dirección. — comentó ella mirando a través del cristal del coche de Eduard. 

— Nunca te dejas guiar… 

— No soy muy dócil. 

— No hay ninguna cafetería cerca, en eso tienes razón. 

Zafiro puso las manos alrededor de su vientre, asustada por primera vez de aquel joven que encontraba tan encantador. 

— No hay nada más hermoso que una madre…— Murmuró Eduard sin separar la vista del volante. 

— Detén el auto… creo que esto no fue una buena idea. 

Eduard sonrió. 

— ¿ Qué habrá pasado en tu vida para que tengas tanto miedo? —

— Te aseguro que no quieres saber, una mujer como yo no … — las cruces que se dibujaban en el horizonte la hicieron guardar silencio de golpe. 

 — A veces la verdad es menos glamurosa que el misterio de dejar a la imaginación algunas actitudes. —  Eduard se bajó, caminó algunos pasos y dejó el ramo de flores sobre una tumba de mármol.

 Zafiro se acercó  hacia él despacio. 

— Era mi madre. — le dijo. — Murió hace apenas un año… cáncer. 

— Lo siento mucho…— murmuró ella acariciándole el brazo. 

— Desde que la perdí la vida parece más vacía. Lo único que me queda ahora es mi padre y él siempre está ausente por negocios. Ni siquiera vivimos en la misma ciudad. 

— La soledad puede ser complicada. 

— Te observo desde que llegaste a la ciudad. No dejas a nadie acercarse a ti, y manejas mucho mejor que yo esa aura de misterio de la que hablabas. 

Acercó sus labios entreabiertos a los de ella, dejándola oler su aliento caliente. 

— Mi vida es complicada… — Murmuró ella sin poder separar la vista de sus labios. 

— No pido que me la expliques… solo quiero acompañarte, llegar a conocerte… besarte. — acarició la parte trasera de su cuello y Zafiro no pudo resistirse. 

Pero cuando sus labios estaban a punto de tocar los suyos el tono insistente del teléfono desgarró el momento. 

— Perdóname. Debo atender esto. 

La miró alejarse, solo por un segundo. 

— ¿ Todo bien?

— Sí. — contestó Zafiro a secas. 

— No respondiste la llamada y ahora tu rostro parece … diferente. 

— No pasa nada… debo volver cuanto antes. 

Regresó con prisa al auto. 

— Milena… — insistió él. — ¿ Qué ha pasado ?  

— He dicho que nada… por favor llévame de vuelta. 

— Estás temblando. 

— O me llevas de vuelta o llamo un taxi en este mismo instante. 

El silencio se instauró cómo un a cuchilla afilada entre ellos. 

— Parecer una mujer completamente diferente que hace apenas dos horas. — le dijo al verla bajarse del coche, de vuelta en la tienda. 

— Tal vez es que no me conoces de nada… tal vez está es la mujer que soy.  

Zafiro escuchó el coche alejarse, con la espalda apoyada en la puerta de la floristería. Dejó pasar algunos minutos intentando calmar el temblor de sus manos y sacó de nuevo el teléfono de su bolso.

Volvió a marcar el número que sabía de memoria y una voz adormilada contestó del otro lado. 

— Diga. 

— Jaqueline…soy yo… me ha encontrado. 

— Dios bendito. ¿ Estás bien? ¿ Qué te ha hecho? 

— No… no… no he llegado a verlo. 

— Madre del señor… Zafiro, he tenido una noche muuuy larga y una mañana ajetreada. Dime de una puñetera vez que ha pasado. 

 — Recibí una llamada de un número oculto…

— ¿ Solo eso? 

— Sí. 

— No me llames por tonterías. Nos estás poniendo a ambas en riesgo. Pudo haber sido cualquiera del otro lado de la línea. ¡ Cualquiera! 

— Lo siento. Eres lo más cercano que tengo a una amiga y la única en que aún me atrevo a confiar. 

— ¡Pero no puedes molestarme con estupideces cada vez que te plazca! 

El grito le abrió los ojos, como si se descorriera una venda invisible y solo entonces se percató de que realmente exageraba.

— Tal vez fueron las hormonas… no sé que estaba pensando.

— ¿ Hormonas?  

— Sí, debe ser que ha de venirme el periodo. — disimuló. —No debí haber llamado, si no estaba segura. 

— Harías bien en controlarte, tanto no confías en mí cuando no siquiera me dices adonde fuiste a parar.

— Tú misma me dijiste que no debía jamás contarle a nadie adonde vine y está es la primera vez que te llamo en más de siete meses. 

 — De cualquier forma, piénsalo mejor antes.No soy tu puta niñera. —  balbuceó Jaqueline y colgó. 

— Lo has hecho muy bien… me encanta cuando las mujeres son buenas y obedientes. — susurró Lorenzo acariciando su cabello. — ¿Quien dice que el miedo no es el mejor afrodisíaco? 

Le mordió la oreja presionando el cañón de su arma en la entrepierna de la matrona que lloraba intentando contener los sollozos.

— Ahora me dejarás ir…— tartamudeó.

— No, lo siento. Tu insolencia, tu osadía de meterte en mis asuntos y tomar lo que es mío, no puede pasar desapercibida, sino, ¿ qué clase de mensaje enviaría eso a mis enemigos? 

Arrastró el revolver por su abdomen, pasando entre sus senos, hasta ponerlo debajo de su barbilla. 

— ¡ Espera! — gritó aterrada. — Tal vez pueda darte algo más...

— ¿Qué más puedes darme? No sabes adónde fue, solo he conseguido su nuevo número, que puede fácilmente cambiar y estar perdida en el viento de nuevo. — presionó gentilmente el gatillo, produciendo un chillido metálico que heló los huesos de Jaqueline. — No eres de utilidad para mí. 

— Su nombre… puedo darte su nuevo nombre… solo necesito algo a cambio. — chilló ella.

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