— ¿ Dónde está mi padre?
Los ojos de Rocco se desorbitaron con la sorpresa.
— Está ocupado —. Contestó cuadrandose frente a la puerta cerrada.
— Déjame pasar.
— Tengo órdenes.
— Y yo poca paciencia.
El sicario sonrió.
— Eres adorable cuando intentas imitar a los hombres.
Eduard lo tomó por la camisa.
— ¡Quítate del puto medio !
El hombre no se movió. Contestó empujándolo con tal fuerza que lo hizo caer al suelo.
— ¡Tú lo has querido! — Eduard se puso de pie alzando los puños.
Rocco volvió a reírse. Con una simple llave lo inmovilizó, entre carcajadas. Eduard estaba furioso y gritaba como un niño pequeño con una rabieta incotrolable.
— Rocco.
Lo soltó en el acto al sentir la voz de Lorenzo a sus espaldas.
— Hijo, que sorpresa encontrar aquí.
— Supongo que una muy grnade, dado que pensabas dejar que me podriera en aquella celda —. Se acomodó el traje, escupió a los pies de Rocco y entró en el despacho sin mirar a los ojos de su padre, que suspiró con pesadez.
— Ya no ere