La noche era espesa, como una cortina de terciopelo negro que se aferraba a cada rincón de la ciudad. Una neblina baja serpenteaba entre los árboles del viejo parque, envolviendo los faroles encendidos en una luz tenue y amarillenta. El reloj marcaba las once y treinta cuando Allison descendió del auto negro con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Llevaba el abrigo oscuro bien cerrado, y una bufanda que le cubría el cuello, como si quisiera esconder algo más que el frío. Caminó con paso firme por el sendero de piedra, sus botas resonando en el silencio como un eco hueco. Sabía exactamente a dónde ir. Lo había hecho antes. Y lo volvería a hacer, cuantas veces fuera necesario.
La figura de la mujer ya la esperaba en la bodega de siempre, bajo el viejo roble torcido que parecía doblarse hacia ellas, como si escuchara cada una de sus conversaciones. Iba vestida igual que la última vez: abrigo largo, guantes oscuros, y ese sombrero ladeado que ocultaba parte de su rostro, pero no