La noche había caído sobre la mansión Sinisterra con un peso inusual. No era solo el silencio típico de los jardines al anochecer, ni la calma que sigue a una jornada intensa. Era una quietud distinta, como si la casa misma presintiera que algo comenzaba a resquebrajarse desde dentro. En el interior, las luces estaban encendidas, las empleadas de servicio ya habían retirado la cena y el ambiente olía a incienso suave. Todo parecía en orden.
Excepto Miguel.
Estaba sentado en uno de los sillones del salón principal, con un libro abierto entre las manos que no leía en realidad. Había fingido estar cansado durante el día, se había excusado con dolor de cabeza y náuseas y había evitado cualquier reunión virtual o telefónica. Lo único que había deseado era silencio, tiempo para pensar, para dejar que su rabia no lo delatara.
Escuchó la puerta principal abrirse. Los pasos de su padre primero: pesados, seguros. Luego los de Allison, con ese ritmo elegante y pausado que conocía tan bien. Cerró