La mansión Salvatore dormía bajo un silencio espeso. Los pasillos oscuros, iluminados apenas por la luz cálida de las lámparas de pared, parecían susurrar secretos entre las sombras. Leonardo, sentado en uno de los sofás del salón principal, aún llevaba puesta la camisa blanca de la oficina, aunque los primeros botones ya estaban desabrochados. Su mirada estaba perdida en el vacío mientras sostenía un vaso de whisky entre los dedos.
No podía dejar de pensar en el comportamiento de Alanna. Su frialdad. Su evasión. El silencio que ahora parecía haberse instalado entre ellos como un muro impenetrable. Se había marchado sin avisarle, y regresado igual de distante, con los ojos apagados y la voz seca.
Subió las escaleras arrastrando los pies, sin entender por qué se sentía tan… inquieto. Alanna ya estaba en la habitación, pero no lo había esperado para acostarse. El sonido del agua corriendo en la ducha llegaba desde el baño, interrumpiendo la quietud del cuarto.
Leonardo entró sin hacer r