La música seguía envolviendo el salón con melodías de cuerdas suaves. Las luces danzaban sobre los vestidos y trajes elegantes, mientras las copas tintineaban con risas falsas y promesas vacías. Alanna irradiaba una belleza serena, vestida en un diseño que caía como seda líquida sobre su figura, con los pendientes brillando como lunas discretas.Se había mantenido ocupada saludando a figuras influyentes, caminando junto a Leonardo con una sonrisa medida… hasta que sintió esa presencia familiar detrás.—Alanna, querida —dijo una voz suave, cargada de nostalgia—. Estás… preciosa esta noche. Eres una joya, tal como siempre supe que serías.Era la señora Sinisterra, su madre. Vestía un tono pastel discreto, pero sus ojos brillaban de emoción genuina al ver a su hija tan radiante. Se acercó con las manos extendidas, como si esperara un abrazo.Alanna se giró lentamente, sin borrar la sonrisa, pero tampoco dándole más de lo necesario.—Gracias… señora Sinisterra.El uso del apellido fue un
Desde el otro extremo del salón, Leonardo caminó con su elegancia habitual. Iba sin caja, sin moño, sin carpeta. Solo con un sobre negro y su expresión seria, determinada. Todos se hicieron a un lado, como si algo en su porte anunciara que nadie debía interrumpirlo.Se detuvo frente a Alanna, la miró a los ojos, y dijo en voz baja —pero lo suficientemente alta como para que varios oyeran——Este es mi regalo para ti. Espero que esté a la altura de lo que representas en mi vida.Le entregó el sobre. Alanna lo abrió con cautela… y leyó.Primero, su corazón se aceleró.20% de las acciones de la empresa Salvatore..—Leonardo… —murmuró, atónita.—No termina ahí —intervino él—. También hay escrituras a tu nombre. Dos villas, una en Costa Amalfitana y otra en Punta Cana. Y además… —respiró hondo— el hotel boutique que alguna vez soñaste diseñar. Ahora es tuyo. Lo compré hace semanas. El personal te espera.Un silencio sepulcral cayó en el salón.Allison parecía a punto de desmayarse. Todos es
Alanna, viendo la escena con indiferencia, volvió a tomar su asiento mientras Allison intentaba salir del salón apresuradamente. La mirada de los presentes seguía fija en ella, algunos con la boca entreabierta, otros riendo disimuladamente, pero todos notaban el inconfundible malestar de la joven. Nadie podía ignorarlo. Allison, al darse cuenta de la magnitud de su fracaso, intentó moverse con rapidez hacia la salida, pero la situación empeoraba a cada paso.El estómago de Allison seguía doliendo, y el malestar era tan grande que, al llegar al otro extremo del salón no pudo evitar sentir el peso de las miradas. Sin embargo, lo peor vino después. Cuando intentó mantenerse erguida, la incomodidad se hizo más insoportable. Su respiración se volvió más acelerada y su rostro enrojeció de vergüenza. De pronto, un desagradable olor comenzó a inundar el aire. Nadie sabía exactamente de dónde venía, pero pronto quedó claro: Allison había dejado un rastro vergonzoso que todos en la mesa no pud
El salón aún vibraba con el eco del escándalo. Nadie sabía muy bien qué hacer: unos fingían indiferencia, otros cuchicheaban sin disimulo. Pero todos, absolutamente todos, desviaban la mirada cuando Alanna pasó entre ellos, tomada firmemente de la mano de Leonardo.La joven caminaba como una reina, su mentón elevado, su vestido de seda ondeando con cada paso. A su lado, Leonardo irradiaba un aura protectora y desafiante, como un caballero dispuesto a destruir a cualquiera que se atreviera a tocarla.Justo detrás de ellos, Bárbara avanzaba con su habitual elegancia, sin mostrar el más mínimo signo de incomodidad. Sabrina, hermosa y orgullosa, caminaba a su lado, lanzando miradas hechizantes a quienes osaban cruzarse en su camino.Los flashes de los teléfonos móviles comenzaron a parpadear en la distancia. Algunos invitados, incapaces de resistir la tentación del drama, intentaban capturar aquella salida triunfal.La gran puerta de la mansión se cerró lentamente, dejando tras de sí un e
La pesada puerta de la mansión se abrió con suavidad ante ellos. El crujido casi imperceptible de las bisagras pareció anunciar que algo especial estaba a punto de suceder.Alanna, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Pero no era temor. Era algo diferente, algo desconocido que apenas se atrevía a nombrar: expectativa.Un aroma dulce, floral, llenaba el aire. No era invasivo, sino acogedor, como si cada perfume hubiera sido elegido con cuidado para acariciar el alma.A medida que avanzaba, sus ojos se encontraron con un escenario imposible de ignorar.Ramos de flores exquisitas ,rosas blancas, peonías rosadas, lirios, adornaban las columnas de mármol y las barandas de las escaleras principales. Guirnaldas de luces cálidas envolvían el salón, derramando una luz dorada sobre un enorme pastel elegantemente decorado en el centro de la estancia, rodeado de regalos envueltos en papel fino, cada uno con lazos dorados y etiquetas escritas a mano.Todo parecía salido de un sueño… uno que
El silencio reinaba en la mansión, pero no era incómodo. Era un silencio acogedor, casi sagrado, como el de un templo donde se preservan las cosas más valiosas.Las luces tenues acariciaban las paredes de piedra, reflejándose sobre los ramos de flores que aún perfumaban el aire. El reloj marcaba las once de la noche, pero para Alanna, el tiempo parecía suspendido.Sentía los latidos de su propio corazón resonar en sus oídos, desacompasados, alertándola de que algo dentro de ella había cambiado. Se sentía extrañamente ligera... y eso, aunque no lo reconociera en voz alta, la asustaba.Leonardo permanecía cerca, dándole su espacio sin invadirla, pero sin alejarse demasiado. Como si supiera instintivamente que ella necesitaba ambas cosas a la vez: libertad y compañía.Alanna se dirigió hacia la gran ventana del salón, sus dedos rozando la madera del marco como buscando anclar sus emociones. Afuera, la noche se extendía serena, con la luna llena derramando su luz plateada sobre los jardin
La luz de la mañana entraba a raudales por las cortinas entreabiertas, proyectando un suave resplandor dorado sobre la habitación.El aire olía a ropa limpia, a sábanas recién cambiadas, y al aroma tibio de Leonardo.Alanna parpadeó lentamente, adaptándose al nuevo día, mientras sus dedos vagaban distraídos por el pecho de él, dibujando pequeños círculos sobre su piel.Leonardo seguía dormido, o eso parecía, con el rostro relajado y una leve sonrisa en los labios.Acariciar ese rostro era como acariciar la paz misma, algo tan raro y precioso que a Alanna le costaba creer que fuera real.No quería romper aquel instante, pero había algo en su mente que no podía dejar de dar vueltas. Algo que necesitaba preguntar.Se incorporó un poco, apoyándose en su codo, y con voz baja, casi en un susurro, lo llamó:—Leonardo...Él abrió los ojos lentamente, como si incluso el acto de despertar junto a ella fuera un placer que no quería apresurar.—Buenos días, mi cielo —murmuró, su voz ronca aún por
La tarde avanzaba lenta, como si el sol mismo se rehusara a ocultarse, dejando la casa bañada en una luz dorada que no lograba suavizar la tensión que comenzaba a adueñarse del ambiente.Sabrina y Bárbara estaban sentadas frente a Alanna, pero la atmósfera ya no era de cálida visita: era un campo de batalla silencioso. Alanna, desde su lugar en el sofá, sostenía la taza de té entre sus manos, pero no la bebía. Sus ojos, fijos, inquisitivos, no dejaban escapar ni un solo gesto.Había llegado el momento. No podía seguir conviviendo con medias verdades.—¿Puedo hacerles una pregunta un poco incómoda? —preguntó, su voz tan calmada que heló a Bárbara y Sabrina al instante—Claro, querida —dijo Bárbara, intentando sonar relajada, aunque un leve temblor en sus manos la delatabaAlanna ladeó la cabeza ligeramente, sus ojos brillando con una astucia que pocos se atrevían a enfrentar.—Quiero saber qué fue exactamente lo que hubo entre Leonardo y AlexaLa pregunta cayó como una losa pesada sobr