Desde las sombras del pasillo, Leonardo observó cada gesto, cada palabra entre Alanna y Miguel. No le sorprendía la arrogancia de Miguel, pero la frialdad de Alanna… eso sí llamó su atención. Era fuerte, más de lo que había imaginado, y ese desafío silencioso que destilaba le resultaba incluso intrigante.
La mansión estaba envuelta en un silencio sepulcral cuando Alanna subió las escaleras rumbo a su habitación. El aire denso y cargado de tensión la hacía sentir como si cada paso la llevara directamente a la boca de un lobo. No le sorprendió escuchar pasos tras ella. No tenía que voltear para saber que era él.
Leonardo.
Se detuvo justo al llegar a la puerta, sintiendo la presencia inconfundible de aquel hombre tan cerca que su piel se erizó involuntariamente. No quería darle la satisfacción de mostrarse inquieta, así que respiró hondo y abrió la puerta con total calma.
Pero antes de que pudiera cruzar el umbral, una mano fuerte se posó en la madera, cerrándola de golpe.
Alanna se giró