Alexa estaba a punto de girar el picaporte para marcharse cuando la puerta se abrió desde el otro lado. Y allí, con una sonrisa luminosa, apareció Sabrina, la hija de Bárbara y prima de Leonardo.—¡Alexa! —exclamó con alegría desbordante, dejando caer su bolso al suelo para lanzarse a sus brazos—. ¡No puedo creerlo! ¿Estás aquí?Alexa apenas tuvo tiempo de reaccionar, pero le devolvió el abrazo con una sonrisa impecable, esa que usaba como máscara desde siempre.—Sabrina, estás preciosa —susurró, manteniendo el tono dulce que tanto sabía fingir—. Has crecido como toda una dama.Sabrina se separó con los ojos brillantes de emoción. Siempre había admirado a Alexa. La consideraba perfecta, una mujer elegante, decidida, la pareja ideal para su primo. Nunca entendió por qué ella se fue justo cuando Leonardo más la necesitaba.—¿Viniste a ver a Leonardo? ¿Vas a quedarte? —preguntó entusiasmada.Desde la sala, Bárbara las observaba con una ceja arqueada y los brazos cruzados. Su incomodidad
Alexa observaba por la ventana del auto con la mirada fija en la ciudad dormida. Las luces parpadeaban como fantasmas lejanos, pero ella no veía nada. Su mente estaba en otra parte. A su lado, el hombre que la había citado en plena madrugada mantenía el rostro en sombras. El perfume amaderado que siempre lo acompañaba todavía tenía el poder de descolocarla, aunque fingiera indiferencia.No lo veía desde hacía años. Pero su voz, su forma de moverse, su silencio cargado de significado… seguían siendo los mismos. Era un fantasma del pasado que regresaba con una verdad capaz de partir el mundo en dos.—¿Estás más bella que nunca? —murmuró él, con ese tono grave que solía susurrarle al oído en noches que juró olvidar.Alexa no respondió. Solo giró el rostro y lo miró con esa mezcla de altivez y vulnerabilidad que tan bien dominaba. Él sonrió levemente, sin mostrar los dientes, y sacó una carpeta de cuero negro, colocándola suavemente sobre sus piernas cruzadas.—¿Estás segura de esto? —pre
Alexa entró a su casa cerrando la puerta con un golpe seco. El eco resonó en el pasillo vacío, pero a ella no le importó. Dejó caer su bolso sobre una silla y caminó directo hacia el ventanal que daba al jardín, como si necesitara ver algo, cualquier cosa, que le devolviera el control de la situación.Pero nada lo hacía. Nada podía.Aún tenía en las manos la carpeta que el hombre misterioso le había dado. Esa carpeta que acababa de desmoronar la fachada de perfección de los Sinisterra. Y sin embargo… lo que más le dolía, lo que más la enfurecía, era que a pesar de todo, Leonardo seguía amando a Alanna.—¿Cómo es posible? —susurró, soltando la carpeta como si le quemara los dedos—. ¿Cómo puede mirarla con esa intensidad… protegerla con esa ferocidad… si fue criada por esos hipócritas?Se dejó caer en el sofá con rabia, clavando las uñas en los cojines. Cerró los ojos, recordando a Leonardo en sus años más oscuros. El joven que ella dejó atrás por una beca. El hombre que perdió a sus pa
Alexa se separó de la ventana con lentitud, como si cada músculo le pesara toneladas. Caminó por la habitación en silencio, arrastrando los pies descalzos sobre la alfombra mullida. Su mente no dejaba de repetir los datos que acababa de oír: Allison había sido criada junto al mar. Era una excelente nadadora. Había fingido ahogarse. Y lo había hecho solo para mandar a Alanna al castigo.—Y todos le creyeron —murmuró Alexa con una mezcla de asco y admiración—. Le creyeron porque tenía el apellido. Porque tenía la sonrisa.Se dejó caer sobre su cama de sábanas marfil, pero no se recostó. Sentada en el borde, dejó la carpeta sobre su regazo y la volvió a abrir. Tocó con la yema de los dedos una de las fotos en blanco y negro del internado donde Alanna había sido enviada. El rostro de la joven era un mapa de tristeza contenida. Una tristeza que Alexa conocía muy bien.La rabia le trepó por el pecho como una hiedra venenosa.—¿Cómo es posible que Leonardo la ame? —susurró con amargura—. ¿Có
Eso bastó para borrar la expresión arrogante de Allison. Parpadeó, procesando.—¿Leonardo? ¿Estás diciendo que…?—Estuve con él antes que ella. No fui una aventura. No fui un capricho. Fui su refugio en medio del caos. Su calma. Pero llegó ella… con esa cara de inocente, con esa voz de víctima eterna. Y él… cambió. Como si todo lo anterior no hubiera valido nada.Allison no dijo nada de inmediato. Se recostó en la silla. Cruzó los brazos.—Entonces, esto es por despecho.Alexa apretó los dientes, pero no bajó la mirada.—Esto es por justicia. A ti te robaron un apellido. A mí me robaron un corazón. Ambas sabemos que ella no merece lo que tiene.—¿Y tú crees que vas a recuperar a Leonardo arrastrándola al infierno?—No. Pero voy a recuperar el control —dijo Alexa con determinación—. Y tú también.Allison la miró por varios segundos. El café llegó, pero ninguna lo tocó.—Yo no soy una aliada fácil —advirtió—. No me gusta deber favores. Y tampoco confío en las mujeres que se obsesionan c
Por un instante, Alexa no supo qué responder. Se quedó inmóvil, con la mirada fija en los ojos de Enrique, buscando entre sus recuerdos una frase, una excusa, algo que le permitiera mantener el control de la conversación. Pero nada le venía a la mente. Él la conocía demasiado bien. Sabía leer sus gestos, sus silencios, sus cambios sutiles de expresión. La había visto caer, la había escuchado llorar, y también había sido testigo del nacimiento de la mujer que se reconstruyó con hielo en las venas y fuego en el pecho. No podía engañarlo con palabras suaves ni con ojos húmedos. Y por primera vez en mucho tiempo, Alexa sintió una punzada de incomodidad, como si alguien estuviera desnudando sus verdaderas intenciones sin necesidad de hablar. No estaba acostumbrada a que la enfrentaran con firmeza… y mucho menos a que leyeran su alma con tanta claridad.—Tú la amas, ¿verdad? —preguntó al fin, con un leve tono de burla.Enrique no lo negó. No lo ocultó. Solo sostuvo la mirada.—Lo que siento
Leonardo se tensó. Por un instante, pareció a punto de alejarse. Pero entonces, sus manos buscaron las de ella y las entrelazaron.—No voy a pelear contigo por fantasmas —susurró Alanna—. No voy a permitir que lo que otros digan, o sientan, nos robe lo que tanto nos ha costado construir.Él apretó sus dedos, pero seguía en silencio.—Tú me viste rota, me abrazaste cuando más lo necesitaba. Tú me devolviste la fuerza cuando ni yo creía en mí. No sabes lo que significa eso para alguien que vivió años entre mentiras.Ella apoyó su mejilla sobre su espalda.—Así que si alguna vez dudas de lo que siento, si el miedo te invade otra vez, recuerda esto… —cerró los ojos con fuerza—. Yo también podría tener celos. También podría preguntarme por qué fuiste tan leal con Alexa durante tanto tiempo. Pero no lo hago. ¿Sabes por qué?Leonardo giró lentamente hacia ella, y sus ojos se encontraron. Eran espejos de heridas viejas, pero también de amor real.—Porque confío en ti, Leonardo. Incluso cuando
Los primeros rayos del sol apenas filtraban su luz por los ventanales de la residencia Salvatore cuando el sonido inconfundible de tacones resonó en el mármol pulido del vestíbulo.Bárbara Salvatore apareció imponente, vestida con un abrigo de cachemira gris perla, gafas oscuras y su inconfundible aire de superioridad. No necesitaba anunciarse. Su sola presencia era suficiente.Alanna, que venía del ala este con unos documentos entre las manos, se detuvo al verla. Su rostro no mostró sorpresa, solo una leve elevación de cejas y una sonrisa medida.—Señora Bárbara —saludó con neutralidad—. Qué coincidencia encontrarla por aquí tan temprano. ¿Le ofrezco un café?Bárbara retiró lentamente sus gafas, revelando unos ojos que observaban con calma… y juicio.—Gracias, Alanna, pero no. Vine a hablar con mi sobrino. Asuntos familiares —dijo con una cortesía afilada.Alanna no insistió. Su expresión permaneció serena, imperturbable.—Está en su estudio.—Perfecto.Bárbara avanzó un par de pasos