Alanna sostuvo la mirada de Bárbara y luego dirigió sus ojos a Sabrina, que la observaba con una mezcla de desconfianza y curiosidad.
—No hay mucho que decir —comenzó, con la voz firme—. Todo lo que se ha dicho sobre Enrique y sobre mí son solo mentiras. Un malentendido provocado por personas que solo quieren verme acabada.
Sabrina dejó escapar una risa sarcástica.
—¿Un malentendido? Qué conveniente.
Alanna no se inmutó ante su incredulidad. En otro momento, tal vez se habría sentido herida, pero ahora tenía claro lo que realmente importaba.
—Puedes creer lo que quieras, Sabrina —respondió con calma, pero con una firmeza cortante—. No voy a perder el tiempo tratando de convencerte.
Sabrina entrecerró los ojos, sorprendida por la seguridad en las palabras de Alanna.
—¿Y entonces? ¿Qué esperas que hagamos? ¿Simplemente ignoremos todo lo que se ha dicho?
Alanna sonrió con frialdad.
—No me importa lo que piensen los demás. Lo único que importa es que Leonardo me crea.
Al decir esto, miró