Alanna se encontraba en la sala, acomodando algunas flores en un jarrón mientras Leonardo revisaba unos documentos en el sofá. La tarde avanzaba con lentitud, y una suave luz anaranjada se filtraba por las ventanas, dándole un aire cálido y acogedor a la casa.
—Leonardo… —dijo Alanna con cautela, acomodando un lirio entre los demás—. Estaba pensando en algo.
Él levantó la mirada de los papeles y la observó con atención.
—¿Qué cosa?
Alanna giró sobre sus talones y lo miró con una leve sonrisa.
—Creo que sería bueno que invites a Bárbara y a Sabrina a cenar.
El rostro de Leonardo se endureció casi de inmediato. Su mandíbula se tensó levemente, y la pluma que sostenía en su mano se quedó inmóvil sobre el papel.
—¿Para qué? —preguntó con un tono más seco de lo habitual.
Alanna suspiró y se acercó a él, sentándose a su lado en el sofá.
—Porque son tu familia, Leonardo. Son las únicas que tienes —explicó con suavidad—. Sé que no eres precisamente cercano a ellas, pero creo que deberías inte