Miguel observaba por la ventana de su oficina mientras la tarde caía lentamente sobre la ciudad. A lo lejos, los edificios se teñían de dorado, pero él no veía belleza, solo una especie de amenaza suspendida en el aire. Desde la conversación con su madre, algo en él no había vuelto a estar en calma. Las palabras de ella aún retumbaban en su mente: “Lo que le hicieron a Alanna fue la verdadera locura. No confíes en nadie.”
Tomó su abrigo sin más demora y apagó el celular. No podía esperar. No podía seguir con su rutina fingiendo que no sabía. No ahora. Informó que se tomaría la tarde por asuntos personales, sin más explicaciones. Era un Sinisterra, nadie le haría preguntas.
El tráfico de la ciudad parecía más lento de lo habitual, pero él no se inmutó. Su mirada se mantenía fija en la carretera, mientras su mente repasaba una y otra vez las palabras de su madre.
“Ve. Esta vez no preguntes con delicadeza. Esta vez hazles saber que ya sabemos lo que ocurrió. Y si no quieren hablar… que s