Miguel no tenía idea de cuántas horas llevaba conduciendo. El sol ya se había ocultado hacía rato, y las luces de la ciudad comenzaban a parpadear como testigos mudos de su desesperación. Las calles se sucedían unas tras otras, sin dirección fija, como su mente.
El volante era una extensión de su rabia. Sus manos lo sujetaban con fuerza, como si hacerlo con menos intensidad lo obligara a sentir más.
Recordaba la cara de la madre superiora, descompuesta por el miedo.
Recordaba su voz temblorosa, las palabras que se le escaparon entre lágrimas.
"Fue ella... la señorita Allison..."
Eso le taladraba el pecho, como si una daga se le hubiera quedado incrustada entre las costillas. Había querido una confesión, pero no estaba preparado para la dimensión de esa verdad. Allison. Su hermana. Su cómplice de toda la vida. La única que jamás imaginó capaz de algo así.
Y ahora... ¿cómo enfrentarlo?
¿Cómo mirarla a los ojos?
El sonido del intermitente marcó su regreso a la realidad. Estaba frente a l