La tarde caía lentamente sobre el edificio Sinisterra, tiñendo de ámbar los cristales y proyectando sombras alargadas en los pasillos del piso ejecutivo. La jornada laboral llegaba a su fin para muchos, pero no para ellos.
Allison entró a la oficina de su padre sin anunciarse, como solía hacerlo desde niña. Llevaba un vestido entallado en tono vino, el cabello perfectamente peinado y ese aire altivo que la había acompañado desde que supo que podía manipular al mundo con una sonrisa.
—Papá —dijo, con voz suave, cerrando la puerta tras de sí—. ¿Tienes un momento?
Alberto Sinisterra levantó la mirada desde los documentos que revisaba. No parecía sorprendido por su presencia, pero su expresión no era precisamente acogedora.
—Sí, Allison —respondió con voz grave—. Justo estaba por llamarte.
Ella sonrió, como si lo tomara por un halago.
—¿Qué pasa? Me dijeron que hoy estuviste reunido con Alanna. ¿Y? ¿Lograste algo?
Alberto dejó los papeles a un lado, se quitó los lentes con lentitud y se a